La patria, los azares de los mayores, las literaturas que honran las lenguas de los hombres, las filosofías que he tratado de penetrar, los atardeceres, los ocios, las desgarradas orillas de mi ciudad, mi ciudad, mi extraña vida cuya posible justificación está en estas páginas, los sueños olvidados y recuperados, el tiempo... La prosa convive con el verso; acaso para la imaginación ambos son iguales.Felizmente, no nos debemos a una sola tradición; podemos aspirar a todas. Obras completas 4 (1975-1988).
Era y es Paradiso una verdadera meditación sobre el génesis del hombre, sobre el génesis mismo.María ZambranoLeo Paradiso poco a poco con creciente asombro y deslumbramiento. Un edificio verbal de riqueza increíble, mejor dicho, no un edificio sino un mundo de arquitecturas en continúa metamorfosis.Octavio Paz[] la excitación, el deslumbramiento, la perpleja admiración que deja en el lector esta expedición por ese gigantesco e insólito Paradiso, concebido por un gran creador y propuesto a sus contemporáneos como territorio de goces infinitos.Mario Vargas Llosa[] Lezama Lima, intercesor de oscuras operaciones de ese espíritu que precede al intelecto, de esas zonas que gozan sin comprender, del tacto que oye, del labio que ve, de la piel que sabe de las flautas a la hora pánica y del terror en las encrucijadas con luna llena.Julio CortázarJuntos por primera vez en cualquier lengua, aquí están los XXIV capítulos revisados de la inconclusa Paradiso-Oppiano Licario, la novela órfica de uno de los escritores canónicos del siglo XX. Las crónicas de La Habana del poeta, ensayista y narrador José Lezama Lima (1910-1976) fueron el libro inaugural de Verbum en 1990. A ellas Verbum suma hoy numerosos volúmenes de su bibliografía directa e indirecta.
A finales de 1804, Napoleón y Wellington intentan cada uno de distinta forma de escapar de sus respectivas mujeres (Josefina y Kitty Pakenham respectivamente) y, curiosamente, ambos dirigen su mirada a la península Ibérica: Napoleón con el objetivo de poner a uno de sus hermanos al frente de un país en el que la política y la religión se han convertido en grandes campos de batalla entre aristocracia, clero y pueblo llano; Wellington, con la intención de huir del politiqueo de baja estofa que se ha adueñado de Londres y con el deseo de eclipsar la aureola que rodea al héroe del momento, el capitán Nelson.
Simon Scarrow ha puesto en pie uno de los ciclos históricos más apasionantes jamás escritos, entre cuyas virtudes se cuenta el ofrecernos una visión más clarificadora y exacta de las guerras napoleónicas que muchos tratados de historia.
Por obras tan rotundas como El amante de Lady Chatterley o El arco iris, David Herbert Lawrence (1885-1930) no solo pasó a la historia de la literatura, sino que lo hizo como un provocador e incómodo crítico de la sociedad, pero también –y en ocasiones de forma injusta– como un autor erótico, decididamente obsceno al que había que leer a escondidas.
El conjunto de su narrativa breve, sin embargo, viene a demostrar que la literatura de Lawrence podía ser tan compleja y variada como lo fue su autor –poliédrico, dinámico, puro instinto, arrebato y pasión–, y despertar la admiración de autores como Ezra Pound, Ford Maddox Ford, E. M. Foster, Anthony Burgess o Aldous Huxley.
La princesa Théra deja el trono en manos de su hermano pequeño para luchar contra los lyucu en Ukyu-Gondé. Ha cruzado el legendario Muro de las Tormentas con una flota de guerra y diez mil combatientes. En Dara, mientras tanto, las corrientes de poder fluctúan al vaivén de las rivalidades de los líderes lyucu y la corte del Diente de León. Aquí, padres e hijos, maestros y discípulos, emperatriz y pékyu, alimentan las semillas de planes que tardarán años en germinar. En todas partes, el espíritu de la innovación flota en el ambiente como semillas de diente de león y el pueblo, los olvidados y los ignorados empiezan a ingeniar soluciones para una nueva era. En la tradición de las grandes epopeyas de nuestra historia, Ken Liu construye en esta saga una historia de formidable alcance y magnitud.
Desde hace varias décadas la presencia de la poesía inglesa en la vida cultural española ha superado el desconocimiento que secularmente, con notables excepciones, flotaba en nuestro ámbito literario y nuestros escritores, entre los que, pasada ya la fecunda influencia renacentista italiana, venía imponiendo sus leyes la canónica tradición literaria francesa. Pero de un tiempo a esta parte, desde hace algo ya más de medio siglo, tanto en los medios editoriales como en los hábitos lectores, no sólo la narrativa, el teatro y el ensayo anglosajones, sino también la poesía, han venido gozando de una gran proyección sobre la vida intelectual española. Hasta tal punto que nombres como, no solo los más divulgados de Poe y Whitman, sino más minoritarios y elitistas como los de Blake, Keats o Emily Dickinson, e incluso los de Pound, T. S.Eliot, o Auden, han dejado una viva impronta en nuestra más reciente poesía, floreciendo también una notable serie de traducciones de poetas ingleses y angloamericanos.