Darlis Stefany vuelve con una nueva bilogía de éxito con un único objetivo:
¡volver a enamorarnos!
Durante sus dos últimos años en la universidad, Clover Mousavi le ha estado enviando notas anónimas sobre confesiones y fantasías sexuales a Callum Byrne, el popular estudiante irlandés declarado públicamente bisexual. El plan de Clover era mantenerse en un eterno anonimato y seguir enviándole notitas a su objeto de deseo, hasta que su mejor amiga le hace saber que Callum ha descubierto su secreto.
Una nota, un coche, una fiesta del amor y... ¿un cadáver? Con este plan, nada puede salir mal. Después de todo, esto es solo el principio y algunas cosas tarde o temprano terminan ocurriendo, ¿verdad?
Corren los años setenta del siglo XIX y el joven Will Andrews, recién graduado en la Universidad de Harvard, decide dejar el bullicio de la gran ciudad e irse al Oeste para encontrar un lazo de unión con la naturaleza. Por el camino, Will recala en una aldea de Kansas llamada Butcher’s Crossing, un lugar donde la única diversión es tomar copas con hombres que han perdido ya muchas batallas y acariciar a mujeres cansadas de tanto traficar con el placer. Todo parece tristemente anodino en ese pueblo alejado de las aventuras soñadas por Will hasta que el muchacho traba amistad con Miller, un experimentado cazador de búfalos. Miller y Andrews, seguidos por otros dos compañeros, emprenden una aventura que los llevará a una pradera de ensueño donde esos animales abundan. Uno tras otro, los búfalos caen, pero el invierno acecha y la codicia de los hombres se cobrará su precio.
«No soy epiléptica, tengo epilepsia». Esta aseveración, pronunciada con la furia eléctrica que habita en Lily, la protagonista de este libro, es una de las múltiples puertas de entrada a una historia, jamás mejor dicho, deslumbrante. Una novela donde la enfermedad es presente cotidiano, la búsqueda convierte al pasado en futuro inmediato y las relaciones humanas se enfrentan a su condición determinante: la ruptura constante y repetida que antecede a la reconstrucción. Aunque se ha dicho hasta el cansancio que leer es habitar un espacio diferente, encontrar un libro que encierra al lector en los acontecimientos narrados es tan extraño como doloroso, más cuando se trata de vivir una enfermedad que no nos ha sido destinada, padecer la urgencia de una investigación que de testigos nos convierte en cómplices, experimentar la dualidad amor-odio que gobierna las relaciones de Lily con los otros, pasear por un Londres que se come a sí mismo y a sus habitantes, deambular por los pasillos de hospitales que parecen cementerios. Ray Robinson, en su primera novela, ha logrado lo que tantos escritores buscan durante toda su vida: entregar a sus lectores una experiencia sinestésica, una historia absoluta. Hacernos sentir las descargas de energía que recorren la piel en un ataque, inmovilizarnos los brazos y las piernas, descontrolar el castañeo de nuestros dientes, deslumbrarnos con la luz blanca y destellante que lo gobierna todo mientras la electricidad toma posesión de nuestros cuerpos.
El 28 enero de 1908, una española de 17 años, sentada a lomos de un elefante lujosamente enjaezado, hace su entrada en una pequeña ciudad del norte de la India. El pueblo entero está en la calle rindiendo un cálido homenaje a la nueva princesa de tez tan blanca como las nieves del Himalaya. Podría parecer un cuento de hadas, pero así fue la boda de la andaluza Anita Delgado con el riquísimo maharajá de Kapurthala. Y así empezó una gran historia de amor —y traición— que se desgranó durante casi dos décadas en el corazón de una India a punto de extinguirse.
«Como una ola hecha de todas las olas». Así consideraba Pablo Neruda el latido de sus versos. Así lo hemos percibido también millones de lectores para quienes son lo que el propio poeta deseaba: «un relámpago de fulgor persistente», una revelación, un pentecostés deslumbrante e impetuoso. «En la casa de la poesía no permanece nada sino lo que fue escrito con sangre para ser escuchado por la sangre». Lo había anticipado ya Vallejo y el gran Rubén Darío, a quien Neruda y García Lorca rindieron, a dúo, tributo de admiración, porque «fuera de normas, formas y escuelas» en él vibraba la verdad de una palabra creadora. Con ellos se enseñoreaba de las letras hispánicas la voz de América.
La de Neruda tiene un alcance universalizador; se propone explorar todo lo real, para recrearlo y depurarlo en el canto. Pero en la mayor parte de su obra, naturaleza y sociedad gravitan hacia una visión unitaria de la geografía y la historia de América. De ahí que la Real Academia Española y la Asociación de Academias hayan querido agavillar esta Antología general para rendir homenaje a Neruda.