Jeff Atman, un periodista londinense de mediana edad, está en Venecia para cubrir la inauguración de la Bienal de arte. Espera encontrar lo habitual en estos casos: obras de arte incomprensibles en medio de un ambiente festivo en el que abundan el alcohol y las drogas. Lo que no se imagina es que conocerá a Laura, su alma gemela, con la que vive una intensa aventura erótica que convertirá su estancia en la ciudad en algo inusitado.
Otra ciudad, otro encargo. Esta vez Jeff viaja a Benarés para cubrir el ritual funerario de los cadáveres a orillas del Ganges. Rodeado de masas de gente, animales, pobreza y caos, a Jeff le espera una transformación completamente diferente.
Se reúne en este volumen la totalidad hasta la fecha de la narrativa breve de Felipe Benítez Reyes, una de las voces más singulares de la literatura hispánica actual: no hay página suya que no resulte inconfundiblemente suya. En sus relatos conviven la realidad y la irrealidad, la fantasía más libre y el realismo más descarnado, los planteamientos lógicos y las soluciones absurdas (o viceversa), los trucos del ilusionista literario que es y la indagación en los mecanismos oscuros de la conciencia. Un conjunto que compone un mural tan vivo como diverso gracias a la capacidad fabuladora de un autor que, aparte de su maestría estilística, disfruta del don de poseer una imaginación tan fecunda como sorprendente.
Los personajes que habitan esta novela son lectores o están en camino de serlo.
Lectores como yo, tú, ella, ellos. Como nosotros. Cómplices en la mayor y más grande de todas las aventuras.
Julián ha luchado contra el aburrimiento de todas las maneras posibles. Desde que le diagnosticaron hepatitis, ha recreado en su cabeza conversaciones imaginarias entre ostras que no tienen nada que hacer, ha buscado formas fantasiosas en las manchas de la pared, ha lanzado mocos al aire.
Pero es feliz porque no tiene que ir a la escuela. Y por nada del mundo se acercará a los libros: no leerá, no escribirá reportes, no pensará en la tarea. ¡Por supuesto que no!
Por su parte, Isa no se detendrá hasta encontrar a las heroínas de la literatura que le ayuden a demostrar que para celebrar sus quince años no es necesario que haga dieta y se ponga un vestido que jamás volverá a usar.
Pero en estas páginas también aparecen ágiles espadachines, monjes detectives, replicantes muy humanos y niños perdidos en islas desiertas que saben bien que leer es un modo de resistir.
Gran Bretaña, 1984. El anuncio del cierre de las minas de carbón desata la mayor huelga de la historia británica. Piquetes, policías, esquiroles, empujones, puñetazos, golpes de porra. Para imponerse en la batalla, la primera ministra Margaret Thatcher encarga al Judío, un oscuro ejecutivo de las cloacas del Estado, que aplaste al enemigo interno recurriendo a cualquier tipo de método. Escuadrones parapoliciales, palizas, ocupación de poblaciones enteras, agentes provocadores.
Enfrente estará el Sindicato Nacional de Mineros, liderado por el carismático Arthur Scargill, el Presidente, el Rey Carbón, el Führer de Yorkshire, capaz de movilizar a miles de mineros con sus piquetes volantes o de recabar apoyos y solidaridad de la Unión Soviética o de la Libia de Gadaffi.
David Peace ganó el James Tait Black Memorial con esta despiadada y magistral novela negra que narra la vez que más cerca estuvo Gran Bretaña de una guerra civil.
Instalada en el cansancio crónico, fruto de una inespecífica dolencia, la narradora de esta novela decide ingresar en una clínica de lujo eficazmente diseñada para restaurar cuerpos enfermos. Allí se rodea de un selecto grupo de pacientes que, como ella, se entregan a los tratamientos —algunos secretos y otros experimentales— que les suministran en el sótano del edificio. Entre sus compañeros se encuentra Rubén, que actúa como maestro de ceremonias, y su mujer Dolores, con quien la protagonista entabla una amistad incierta. También la señora Goosens y su sobrino Adolfo, que parecen sanar y empeorar, respectivamente, a ritmos sospechosos. En común tienen una máxima: «Las miserias nos las callamos todos por dignidad.» Pero cuando la mejoría física de la protagonista no llega, cuando las dinámicas del grupo parecen obligar a sus integrantes a elegir entre soledad o tiranía, los recelos emergen.
«Los banqueros cuentan sus beneficios, los políticos sus votos y los poetas sus cosas. Cuentan y recuentan las cosas en las que se quedó enredada su vida. En los días de meditación y soledad, de vagabundeo doméstico, tomo conciencia de que tengo la casa llena de cosas. No se trata exactamente de que me importe tirar cosas, sino de que tengo inclinación a conservar las cosas que son mi casa. Para no confundir una fiesta con un acto de barbarie, conviene pensar lo que se desecha cuando se tira la casa por la ventana. Las cosas con capacidad de convertirse en un recuerdo suponen el deseo personal de atender a la vida, de vivir con atención, con amor.»