Rosanna Menici es muy joven cuando conoce a Roberto Rossini, el hombre que le cambiará la vida. En los años siguientes, sus destinos se verán entrelazados por sus extraordinarios talentos como cantantes de ópera y también por su incombustible pero obsesivo amor, un amor que acabará afectando las vidas de todos los que los rodean. Porque, como Rosanna descubrirá poco a poco, su unión está marcada por terribles secretos del pasado...
En muy poco tiempo, Sookie ha tenido que enfrentarse al peligro de la mano de vampiros, cambiaformas y otras criaturas míticas. Y sin embargo, lo que más le preocupa es la repentina desaparición de su novio: Bill se ha marchado sin razón aparente a Jackson, Misisipi, pero ya estaba distante de antes...
Animada por Eric, el siniestro (pero muy atractivo) jefe de Bill, Sookie decide ir en su busca. Y para ello tendrá que mezclarse con mundo sobrenatural en El Club de los Muertos, una secreta y elitista sociedad vampírica. Sin embargo, cuando finalmente encuentra a Bill, tambien descubre su traición. Y ahora no está segura de si quiere salvarlo... o comenzar a afilar algunas estacas.
«Ésta es la historia de un hombre que sin saberlo fue su siglo y la de un lugar que se condensa aquí en un nombre propio; Germán Alcántara Carnero. Una historia de violencia incontenible y natural que exige ser contada como una biografía discontinua y que no debía empezar aquí»
Así comienza El cielo árido, la historia de Germán Alcántara Carnero: de los hombres y las mujeres que vivieron a su lado y de la meseta en la que Monge destila las esencias de una Latinoamérica salvaje. Un lugar árido, donde las únicas constantes parecieran ser la soledad, la violencia, la lealtad y la lucha cotidiana por hacerse con una escala de valores que dote de sentido a la existencia.
Publicado cada uno de ellos a lo largo de una extensa trayectoria, los textos que componen el presente libro son un recorrido sutil y hermoso por el camino de una vida. Un todo -el que establecen El territorio de la memoria, La foto de los suecos, Ojalá octubre y El niño descalzo- con el que se viaja desde la más tierna infancia, evocada por una fotografía hallada fortuitamente, pasando por la insospechada mirada del padre abocado al final de la esperanza, hasta la serenidad del abuelo en la que se imprimen las huellas de tres generaciones.
Juan Cruz Ruiz, con la prosa preciosista, sensible y lúcida que lo caracteriza, deshoja uno a uno los pétalos de la propia experiencia para ofrecer así al lector una sincera crónica de la maraña humana, con sus alegrías y sus tristezas.
«El odio es un animal hermoso, imposible de encerrar, con sed de sangre. El odio se despereza, se extiende y te atrapa. Se alimenta de tu rabia. Y al final vuelves a odiar. Porque es fácil. Porque lo necesitas».
¿QUÉ HARÍAS SI, TRAS HABER SOBREVIVIDO A LA QUE CREÍSTE QUE ERA LA PRUEBA MÁS DURA QUE PODÍAS SOPORTAR, EL DESTINO TE LLEVARA OTRA VEZ AL LÍMITE?
Para la inspectora jefa Ana Arén no hay tregua: después de que resolviera el caso que prácticamente acabó con ella, debe enfrentarse a un reto endiablado, el asesinato de una de las mujeres más famosas de España.
Siempre cuestionada por su superior, al frente de un equipo que aún no confía en ella y con el foco mediático sobre la investigación, Ana se ve de nuevo ante un crimen aparentemente irresoluble en el que el tiempo y el pasado se empeñan en jugar en su contra.
Segundo volumen de «Pijas y divinas», una saga gamberra y divertida, con una trama repleta de trampas, errores, química sexual, romanticismo y mucho erotismo.
«De una boda, en teoría, sale otra boda. Chorradas. ¡Qué más quisiera yo!
Os seré franca, quiero casarme cuanto antes, pero no con cualquiera. En mi entorno el matrimonio es un arte y, a pesar de que he tenido novios y pretendientes, ninguno cumplía los requisitos, empezando por una cuenta bancaria saneada. Sé lo que pensáis, pero antes escuchad mis razones.
No valgo para trabajar y no me he criado entre algodones para ahora echarlo todo a perder. Necesito un esposo que no me saque muchos años y que no sea difícil de mirar; aunque, según mi madre, “a todo se acostumbra una, hija”.
Ahora que estoy en la boda de una amiga, miro alrededor y veo que aquí no encontraré al candidato. Así pues, seguiré buscando…»