«No me conocéis, aunque habréis visto mi cara. En los primeros retratos machacaron con píxeles nuestra imagen hasta la cintura; incluso nuestro pelo era demasiado característico para mostrarlo. Sin embargo, cuando la noticia y sus guardianes perdieron interés, resultó fácil localizarnos en los recovecos más sombríos de internet.»
Alexandra, una exitosa abogada afincada en Nueva York, recibe la noticia de que su madre, muerta en la cárcel, la ha nombrado albacea de su testamento. Aunque nadie en su entorno lo sabe, la protagonista fue años atrás la Chica Uno, la única que logró escapar para pedir ayuda de la casa de los horrores donde sus padres tenían prisioneros a sus seis hijos. Ahora, Alexandra deberá ponerse en contacto con sus hermanos, cada uno de los cuales ha crecido con una familia adoptiva diferente, incluido su extraño hermano Ethan, que ha convertido en un lucrativo negocio de conferencias la pesadilla que vivieron de niños.
Juan Manuel Romero (Sevilla, 1974) es autor de Invitaciones sospechosas (2001), Casa quemada (2004), Las invasiones (2006), Golpes (en colaboración con el artista Javier Parrilla, 2007), Hasta mañana (2008) y Desaparecer (2014)
La persona y la obra de Manuel Azaña fueron objeto de escarnio durante los largos años del franquismo. En 1966, el rescate de sus escritos por Juan Marichal (y en 2007 por Santos Juliá) cambió las tornas y pronto se reconoció que sus diarios políticos estaban a la altura de los mejores de su tiempo. Pero Azaña también abordó otros empeños creativos. La presente selección ofrece las estampas de su vida de adolescente como interno en El Escorial (El jardín de los frailes, 1926); una comedia dramática de aire fantástico y complejo trasfondo político sobre el amor imposible de una princesa y un joven jefe revolucionario (La corona, 1930), y un diálogo de hechuras teatrales que, a lo largo de una noche de marzo en 1937, entablan sus protagonistas (La velada en Benicarló, 1939).
Inmaculada Pelegrín López (1969, Lorca, Murcia). Pasa varias horas al día mirando a través de un microscopio, tal vez por esto sus versos estén llenos de cosas mínimas. Todas las mañanas se sorprende cuando, al salir de casa, alguno de los perros que viven allí, se le acerca moviendo la cola, quizás sea el motivo por el que sus palabras se refieran al asombro de lo cotidiano. Le gusta contemplar el cielo y hacerse preguntas. El cielo nunca se repite, las preguntas tampoco. Se podría pensar que a través de la poesía busque permanecer alerta ante el milagro, porque si pasase desapercibido sería como si no hubiese existido. En su vida hace muchos números, seguramente habrá llegado a la conclusión de que somos estadísticamente imposibles y sin embargo somos. Es probable que escriba para advertirnos de tal contingencia.