Lapierre y Collins construyen un vasto fresco histórico desbordante de aventuras, drama, amor y heroísmo. Oh, Jerusalén se ha convertido así en una obra clásica y en un texto clave para entender por qué Israel sigue siendo, medio siglo después de su fundación, una de las zonas más conflictivas del planeta.
En los albores de la Gran Guerra, el teniente Anton Hofmiller recibe una invitación para acudir al castillo del magnate húngaro Lajos von Kekesfalva, cuya hija, que sufre parálisis crónica, se enamora del joven oficial. Hofmiller, que sólo siente compasión por la joven Edith, decidirá ocultar sus verdaderos sentimientos y le hará tener esperanzas en una pronta recuperación. Llega incluso a prometerse con ella, pero no reconoce su noviazgo en público. Como un criminal en la oscuridad, Hofmiller se refugiará en la guerra, de donde regresará como un auténtico héroe. La impaciencia del corazón -hasta ahora conocida entre nosotros como La piedad peligrosa- es sin duda uno de los mejores libros de Zweig, un sobrecogedor retrato de la insondable naturaleza humana que atrapará al lector desde la primera página.
Amos Oz nos entrega la historia de su infancia y adolescencia, una historia llena de aspiraciones poéticas y afán político, una autobiografía en forma de novela.
Una historia de amor y oscuridad es una obra literaria compleja que comprende los orígenes de la familia de Amos Oz, la historia de su infancia y juventud, primero en Jerusalen y después en el kibbutz de Hulda, la trágica existencia de sus padres, una descripción épica del Jerusalen y del Tel Aviv, que es su reverso, entre los años treinta y cincuenta.
La narración oscila hacia delante y hacia atrás en el tiempo y refleja más de cien años de historia familiar, una saga de relaciones de amor y odio hacia Europa, que tiene como protagonistas a cuatro generaciones de soñadores, estudiosos, poetas egocéntricos, reformadores del mundo y ovejas negras. Esta amplia galería de personajes prepara un "cóctel genético" del que nacerá un hijo único que descubrirá ser escritor.
Sentado junto a una ventana con vistas a un lago cuyas aguas indefinidas, letárgicas, pusilánimes e indecisas le parecen fiel imagen de aquellos que, esperando su muerte, lo rodean en su retiro, el juez Casaldáliga ya no recuerda aquella frase que su padre le repetía de niño una y otra vez: «Has de tener bien presente que un hombre no es nada sin un destino». Un destino inconfundible y nítido que él buscó, empecinado, durante mucho tiempo, hasta que, en 1939, al regresar a su país después de un exilio de tres años en Lisboa, vio claro que el final de una guerra cuyas consecuencias ni le interesaban ni le importaban, le brindaba sin embargo una oportunidad para decidir no sólo su destino, sino también el de sus semejantes. El siglo (1983), una novela que se adentra en los mecanismos de la delación y la supervivencia, del dominio y la traición de los semejantes fue, durante mucho tiempo, una de las preferidas de su autor.
Kafka Tamura se va de casa el día en que cumple quince años. La razón, si es que la hay, son las malas relaciones con su padre, un escultor famoso convencido de que su hijo habrá de repetir el aciago sino del Edipo de la tragedia clásica, y la sensación de vacío producida por la ausencia de su madre y su hermana, a quienes apenas recuerda porque también se marcharon de casa cuando era muy pequeño. El azar, o el destino, le llevarán al sur del país, a Takamatsu, donde encontrará refugio en una peculiar biblioteca y conocerá a una misteriosa mujer mayor, tan mayor que podría ser su madre, llamada Saeki.
Si sobre la vida de Kafka se cierne la tragedia –en el sentido clásico–, sobre la de Satoru Nakata ya se ha abatido –en el sentido real–: de niño, durante la segunda guerra mundial, sufrió un extraño accidente que lo marcaría de por vida.
Como en el mejor Murakami, pasado y presente, sueño y vigilia, se funden y solapan creando una atmósfera en la que resulta difícil discernir deseo y pesadilla.