Estambul es un retrato de una de las ciudades más fascinantes de la Europa que mira a Asia. Pero es también una autobiografía, la del propio Orhan Pamuk. Su historia empieza en la infancia, recordando cómo tomó conciencia de que vivía en un espacio plagado de melancolía, un lugar que arrastraba un pasado glorioso e intentaba hacerse un hueco en la «modernidad». Esta elegía sirve para acercarnos a villas fantasmagóricas y callejuelas secretas, a estatuas valiosas y mutantes, a pintores, escritores y célebres asesinos. A una ciudad donde, por encima de todo, destaca el terapéutico Bosforo, que en la memoria del narrador es vida, salud y felicidad.
El anciano Ogata Shingo no consigue ganarse ni el amor ni el respeto de sus hijos, pero sin embargo puede oír el rumor de la montaña. Como cabeza de familia, le preocupa la decadencia moral de sus descendientes: Shuichi, a quien la guerra ha helado el corazón, está casado con la maravillosa Kikuko pero le es infiel y tiene un hijo con otra mujer; por otro lado, Fusako vuelve a la casa paterna con sus dos hijos tras haberse divorciado de un marido drogadicto. Tanto Shuichi como Fusako creen que su padre es demasiado viejo e interpretan sus silencios como senilidad. Pero, en realidad, el pensamiento de Ogata Shingo sigue activo, repleto de hermosas imágenes, de sonidos de la naturaleza, de aromas, de escenas. Bajo la fina capa de la vida familiar, cada uno de sus miembros vive, en solitario, su drama, luchando en unas ocasiones contra el amor y en otras, contra la muerte. El ganador del Premio Nobel de Literatura en 1968 nos deleita con una obra que gira en torno a la soledad, la muerte y la búsqueda obsesiva de la belleza.
Un sacerdote francés, un joven médico norteamericano, una enfermera de Assam y un ex campesino indio que se gana la vida tirando de un rickshaw se encuentran un día bajo las cataratas del monzón y se instalan en el alucinante decorado de un barrio de Calcuta para cuidar, ayudar, salvar. Condenados a ser héroes, pelearán, lucharán y vencerán en medio de las inundaciones, las ratas, los escorpiones, los eunucos, los dioses, las fiestas y las setenta mil «luces del mundo» que pueblan La Ciudad de la Alegría. Su epopeya es un canto de amor y fraternidad; un reportaje desgarrador sobre la capacidad del ser humano de superar el sufrimiento, la miseria y la desgracia, que sigue más vigente que nunca en el veinticinco aniversario de su publicación.
La hija menor de Mackenzie Alien Phillips, Missy, desaparece durante unas vacaciones familiares. En el proceso de su búsqueda se encuentran evidencias de que pudo haber sido brutalmente asesinada en una cabana abandonada en lo más profundo de los bosques de Oregón. El padre reacciona rebelándose frente a Dios, ante lo que considera una radical injusticia. Transcurridos cuatro años, Mack recibe una extraña carta, firmada por Dios, que le conmina a reunirse con él en el lugar donde la niña murió. A pesar de lo aparentemente absurdo de la situación, decide acudir a la cita y sumergirse de nuevo en su más oscura pesadilla; lo que allí sucede cambiará su vida para siempre. En un mundo donde la religión parece cada vez más irrelevante, La cabana aborda una pregunta inmemorial: «¿Dónde está Dios en un mundo lleno de indescriptible dolor?» Las respuestas que Mack obtiene te sorprenderán y quizá te transformen tanto como a él.
Esta extraordinaria obra de divulgación que se ha convertido ya en una obra de culto aporta una coherente visión de conjunto sobre aquellos aspectos imprescindibles para comprender la historia de la filosofía occidental. El mundo de Sofía tiene el mérito de haber conjugado, acertadamente, rigor y amenidad en una narración donde una joven irá conociendo su propia identidad mientras descubre la capacidad humana de hacer preguntas.
La ambición y la intriga son las únicas pasiones de este hombre político, carente de escrúpulos y moral, que navega a través de las convulsiones sociales y políticas de la Francia revolucionaria y del imperio sin mudar el gesto. Como muy bien dice Zweig: «Los gobiernos, las formas de Estado, las opiniones, los hombres cambian, todo se precipita y desaparece en ese furioso torbellino del cambio de siglo, sólo uno se queda siempre en el mismo sitio, al servicio de todos y de todas las ideas: Joseph Fouché».