En las páginas de Donde todo ha sucedido. Al salir del cine, Javier Marías plasma sus opiniones más personales, sus filias y fobias, en torno al séptimo arte. Se recuperan aquí los artículos que el autor escribió sobre cine entre 1992 y 2004 para revistas como Nosferatu o Nickel Odeon, además de las columnas que publicó en El País o El Semanal.
Siempre arrojando luz y juzgando con hondura, huyendo de la crítica cinematográfica más dogmática e inflexible, y sin renunciar jamás a la ironía de un estilo que lo ha encumbrado entre nuestros escritores más afamados, Javier Marías ofrece nuevas visiones de clásicos del cine como Campanadas a medianoche, de Orson Welles, o El fantasma y la señora Muir, de Joseph L. Mankiewicz, una de sus películas favoritas.
Un libro indispensable para quienes no renuncian a observar algunos aspectos de la vida desde un patio de butacas.
«En este libro hay más lecciones valiosas sobre el oficio de novelista que en cualquier facultad de literatura.» Juan Gabriel Vásquez.
En septiembre de 1967, unos jóvenes Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa se reunieron en Lima para hablar de literatura latinoamericana. El primero había vendido ya miles de ejemplares de Cien años de soledad. El segundo acababa de ganar el Premio Rómulo Gallegos por La casa verde.
Hoy ambos son considerados universalmente dos de los máximos exponentes de la literatura en español, pero por aquel entonces eran dos jóvenes que estaban empezando su carrera como novelistas. En Dos soledades se sitúan frente a frente dos escritores, dos genios literarios, dos maneras diferentes de entender la literatura, dos temperamentos en cierto modo contradictorios, dos formas distintas de narrar. Son los tiempos en que el boom se está gestando, en los que todavía no se ha acuñado nombre para lo que hoy conocemos como «realismo mágico». En estas páginas apasionantes, el lector asiste a una conversación sin igual.
La edición incorpora textos de Juan Gabriel Vásquez, Luis Rodríguez Pastor, José Miguel Oviedo, Abelardo Oquendo, Abelardo Sánchez León y Ricardo González Vigil, quienes rememoran, la mayoría en calidad de testigos, aquel diálogo; y, además, dos entrevistas al escritor colombiano, una selección fotográfica, y la valoración que hace hoy Vargas Llosa de la vida y obra de García Márquez.
«El entusiasmo y la capacidad de identificación que Jane despierta resultan tan profundos que la interpretación contemporánea ha colocado a la escritora en el centro de su familia, de su sociedad e incluso de su tiempo, y la contempla y debate sobre ella, sus gustos, sus amoríos, sus desgracias o sus características literarias conforme a la importancia de la que en la actualidad goza. Es agradable que el tiempo compense algunas de las crueldades con las que la Historia afligió a las autoras del siglo XIX, pero insistir en esa versión nos lleva a perdernos una de las miradas más interesantes, más inteligentes y peor comprendidas de la historia de la literatura».
«Si hubiera vivido un poco más, apenas tres años, Joseph Roth habría asentido ante la escena de Casablanca en la que el mayor Strasser le pregunta a Rick por su nacionalidad. "Soy un borracho", responde este. Roth habría respondido igual si alguien le hubiera preguntado. Todos sus lectores lo sabemos porque lo dejó clarísimo en sus libros, en sus dibujos y en lo que los biógrafos han descubierto de su vida. También sabemos que no le preguntaron por su nacionalidad, porque Roth fue uno de los miles de apátridas que se morían del asco en la Francia a punto de rendirse ante Alemania. En un país lleno de refugiados con pasaporte Nansen (cuyo papel era tan malo que se deshacía al segundo trámite), la gente había perdido la costumbre de preguntarse por nacionalidades que ya no existían. "Así soy realmente: maligno, borracho, pero lúcido. Joseph Roth", escribió en la dedicatoria de un autorretrato que se hizo en París en noviembre de 1938, seis meses antes de su muerte».
A los diecinueve años, a Chris Offutt ya se le habían cerrado las puertas del Ejército, del Cuerpo de Paz, de la Guardia Forestal y de la Policía, así que abandonó su hogar en los Apalaches y se dirigió hacia el norte para dar comienzo a una serie de viajes que después lo llevarían de costa a costa por Estados Unidos, un país habitado por una variedad impredecible de vagabundos y bichos raros, en busca de trabajos temporales, mientras dormía en habitaciones de mala muerte y soñaba con ser artista. Quince años después, Chris se ha establecido junto con Rita, su mujer, a orillas del río Iowa, donde descansa y escribe, a la espera del nacimiento de su primer hijo. Será entonces cuando pueda iniciar un camino bien distinto al emprendido años atrás, ese que habrá de llevarlo a la madurez.
COMO quien debe recorrer
muchos kilómetros
para cumplir un conjuro,
llevo las semillas
de la selva lacandona
al Viejo Mundo
y las pierdo allí.
En el viaje tenemos la sensación
de que todo está por hacerse,
que podemos ser otros,
que el deseo no ha muerto.
Vamos de un país a otro
sin volver a casa
y sentimos que somos
dos veces extranjeros.