62/ Modelo para armar es el sumun del trabajo cortazariano; un modelo literario en el cual «la trasgresión deja de ser tal», y en el que el lector también deja de serlo para convertirse en una parte activa que va destejiendo imagen tras imagen, frase tras frase, con el fin de descubrir el hilo conductor del relato y dar forma y figura a los personajes. Esta novela es la consecuencia directa del capítulo 62 de Rayuela: hacer un libro en el que se rompa el tiempo y las conductas ordinarias descubran lo fantástico.
David Buchanan, miembro de uno de los grupos de presión más influyentes de Washington, emplea métodos sucios para financiar causas tan honorables como la cooperación internacional o la protección del medio ambiente. Robert Thornhill, un alto cargo de la CIA, descubre el juego y empieza a chantajear a Buchanan. También él lucha por lo que considera una causa justa: devolver a la CIA el prestigio que tuvo en otro tiempo. La situación se ha vuelto insostenible desde que el FBI controla cada una de sus acciones. Una tercera persona implicada opina que el asunto ha ido demasiado lejos. Faith Lockhart, mano derecha de Buchanan, se niega a que prosperen los sueños megalómanos de Thornhill y decide confesarlo todo al FBI. A partir de ese momento, su vida tiene un precio.
Con la pérdida de las elecciones generales en 1990, el proceso iniciado por la revolución sandinista contra el dictador Somoza en 1979 se detuvo en seco, y con él también se difuminaron los sueños, anhelos y esperanzas de cientos de miles de ciudadanos que participaron en aquel proceso transformador. Sergio Ramírez, miembro de la dirigencia revolucionaria y vicepresidente en la fórmula con Daniel Ortega, fue testigo excepcional de una utopía que se extendió más allá de las fronteras nicaragüenses. Adiós muchachos es la memoria de una generación que luchó por unos ideales de rebeldía comunes, y que, si bien no pudo ver cumplidos todos sus objetivos de justicia, riqueza y desarrollo, siente el orgullo de haber traído la democracia a su país, Nicaragua, cuando las ideologías parecen desvanecerse. Esta edición lleva un nuevo prólogo del autor, que pone en perspectiva sus reflexiones críticas tras el regreso al poder del Frente Sandinista, con el propio Daniel Ortega a la cabeza.
Adiós, muñeca (1940), considerada por muchos la mejor obra de Raymond Chandier, es su segunda novela. El detective Philip Marlowe emprende la búsqueda apasionada de una cantante pelirroja, se ve envuelto en la escena de un crimen y debe desenredar un turbio asunto de deudas de juego. No tardará en descubrir que una costumbre ha arraigado en Los Ángeles: disparar primero y preguntar después. Esta edición reúne también los tres relatos pulp, publicados en las revistas Black Masky Dime Detective, que Chandier canibalizó para escribir la novela: «El hombre que amaba a los perros» (1936), «Busquen a la chica» (1937) y «El jade del mandarín» (1937).
Murakami vuelve a deslumbrarnos con su estilo conciso, su sutil sentido del humor, su habilidad para construir tramas cautivadoras y escalofriantes, y su maestría para dar cuenta del escurridizo espíritu de nuestro tiempo.
Cerca ya de medianoche, en esas horas en que todo se vuelve dolorosamente nítido o angustiosamente desdibujado, Mari, sentada sola a la mesa de un bar-restaurante, se toma un café mientras lee. La interrumpe un joven músico, Takahashi, al que Mari ha visto una única vez, en una cita de su hermana Eri, modelo profesional. Ésta, mientras tanto, duerme en su habitación, sumida en un sueño «demasiado perfecto, demasiado puro». Mari ha perdido el último tren de vuelta a casa y piensa pasarse la noche leyendo en el restaurante; Takahashi se va a ensayar con su grupo, pero promete regresar antes del alba. Mari sufre una segunda interrupción: Kaoru, la encargada de un «hotel por horas», pide que le ayude con una prostituta china agredida por un cliente. Dan las doce. En la habitación donde Eri sigue sumida en una dulce inconsciencia, el televisor cobra vida y poco a poco empieza a distinguirse en la pantalla una imagen turbadora... pese a que el televisor no está enchufado.