«El entusiasmo y la capacidad de identificación que Jane despierta resultan tan profundos que la interpretación contemporánea ha colocado a la escritora en el centro de su familia, de su sociedad e incluso de su tiempo, y la contempla y debate sobre ella, sus gustos, sus amoríos, sus desgracias o sus características literarias conforme a la importancia de la que en la actualidad goza. Es agradable que el tiempo compense algunas de las crueldades con las que la Historia afligió a las autoras del siglo XIX, pero insistir en esa versión nos lleva a perdernos una de las miradas más interesantes, más inteligentes y peor comprendidas de la historia de la literatura».
«Si hubiera vivido un poco más, apenas tres años, Joseph Roth habría asentido ante la escena de Casablanca en la que el mayor Strasser le pregunta a Rick por su nacionalidad. "Soy un borracho", responde este. Roth habría respondido igual si alguien le hubiera preguntado. Todos sus lectores lo sabemos porque lo dejó clarísimo en sus libros, en sus dibujos y en lo que los biógrafos han descubierto de su vida. También sabemos que no le preguntaron por su nacionalidad, porque Roth fue uno de los miles de apátridas que se morían del asco en la Francia a punto de rendirse ante Alemania. En un país lleno de refugiados con pasaporte Nansen (cuyo papel era tan malo que se deshacía al segundo trámite), la gente había perdido la costumbre de preguntarse por nacionalidades que ya no existían. "Así soy realmente: maligno, borracho, pero lúcido. Joseph Roth", escribió en la dedicatoria de un autorretrato que se hizo en París en noviembre de 1938, seis meses antes de su muerte».
Se conocieron en la adolescencia y, a pesar de algunos desacuerdos, el amor por el surf logró unirlas. Sin embargo, la vida de Avery, Isabella, Odina y Lee cambió tras la desaparición de Josie durante el festival de música en la isla de Harbour Bridge. Diez años después aparece el cadáver de una mujer. ¿Podría ser el de su amiga? Este descubrimiento revuelve muchos recuerdos que Isabella, inútilmente, intentaba esconder.
Escritos ocho años antes que Ulises, los quince relatos que componen "Dublineses" son el primer gran acercamiento de James Joyce a su ciudad, Dublín, a la que describe, con realismo irónico y burlón, detenida en el pasado y sojuzgada por el Imperio británico y la Iglesia católica. Esta aproximación a los dublineses de clase ímedia y baja, que contiene muchos detalles autobiográficos, conforma una curiosa unidad de la que surgen personajes que aparecerán en obras posteriores del mismo autor. Ochenta años despues de la muerte de Joyce, otro realista, Javier García Iglesias, interpreta en imágenes, con asombroso detallismo, al gran autor irlandes, en una nueva traducción de Susana Carral que se ajusta con mayor precisión al ritmo y el estilo del texto original ingles.
Noelle Meyer y Evan Sinclair son secuestrados durante las vacaciones de primavera de su último año de instituto. No saben por qué los han elegido a ellos, solo que comparten un trágico pasado: el padre de Evan se libró de la cárcel por el asesinato de la madre de Noelle, provocando que la familia de ella se arruinara cuando se dictaminó que la muerte había sido accidental.
A pesar de que ese pasado común debería haberlos convertido en enemigos, los adolescentes se unen para enfrentarse a otro denominador común: sus captores. Noelle y Evan sobreviven a una experiencia sádica tras otra hasta que consiguen escapar agónicamente. Pero todo final feliz tiene un precio…
Unos años más tarde, Evan, investigador privado, vuelve a la escena del crimen cuando se entera de que sus secuestradores tal vez sigan en activo. Le pide ayuda a Noelle, con quien descubre que alguien llamado el Coleccionista tiene las respuestas. Para cerrar su propio caso y resolver los que le sucedieron, Noelle y Evan deben desenmascarar a este espectador misterioso: el único hombre que conoce los secretos que podrían acabar con sus raptores.
«La televisión, desde la superficie hacia sus profundidades, trata del deseo. Y el deseo es a la narrativa lo que el azúcar es a la comida humana».
En un momento en que la cultura audiovisual está más presente que nunca gracias a las plataformas de streaming y el consumo (masivo y doméstico) de series y películas, este ensayo de David Foster Wallace, uno de los más influyentes del autor, se vuelve una lectura imprescindible y atemporal.
Este libro pone el foco en el impacto que el imaginario de las series de televisión norteamericanas tiene en la literatura. Frente a la incapacidad de escapar de su influencia, el uso de la ironía se ha convertido en la única defensa posible. Gracias a este análisis, Foster Wallace perfila al individuo del siglo XXI: un ser anclado a una pantalla y atravesado por la cultura popular.