“A estas criaturas las entiendo y asumo como santos. Gentes llagadas, sufrientes, vitales y extravagantes. Vivieron (algunos lo hacen) al límite de las convenciones. Deflagran las costumbres respetables. Poetas, novelistas, actrices, músicos, cantaores, forajidos de la normalidad, paseantes de infiernos sucesivos, de paraísos artificiales, de realidades estropeadas. Su atractivo es múltiple y dinamitero. Algunos de ellos ayudaron a hacer Historia y otros son necesarios para completarla. Sus semblanzas forman una familia singular, casi una novela de existencias dispuestas como un gran incendio. Como un bosque de creadores que arden y sufren y se divierten y aceptan el riesgo como único dios verdadero.”
Primavera silenciosa (1962), de la bióloga marina y zoóloga estadounidense Rachel Louise Carson (1907-1964), es un libro que es preciso conocer ya que aborda uno de los problemas más graves que produjo el siglo XX: la contaminación que sufre la Tierra. Utilizando un lenguaje transparente, el rigor propio del mejor análisis científico y ejemplos estremecedores, Carson denunció los efectos nocivos que para la naturaleza tenía el empleo masivo de productos químicos como los pesticidas, el DDT en particular. Se trata, por consiguiente, de un libro de ciencia que va más allá del universo científico para adentrarse en el turbulento mundo de "lo social".
Para lograr la felicidad basada en el equilibrio se requiere tomar la decisión de hacerse cargo del propio desarrollo personal realizando algunos ajustes en el pensamiento, comportamiento y acción. La felicidad se construye a partir del contexto particular de cada persona, junto a la combinación de cada uno de estos elementos de manera efectiva.
El libro está dividido en nueve partes y cada una de ellas se va tejiendo a través de cinco pasos que apuntan a la construcción de la felicidad personal. La obra va dirigida a todas las personas que deseen conocer y hacer cambios significativos en su calidad de vida, orientar sus propósitos personales, alcanzar niveles de plenitud, equilibrio y bienestar individual y colectivo, así como concretar la realización personal, encontrar factores motivacionales, el sentido de vida y, en últimas, disfrutar más de la vida que tenemos, redireccionando la perspectiva con la que observamos y actuamos.
Los conceptos de «cultura» y «valores» que vertebran la presente reflexión son no solamente amplios, sino esencialmente difusos. Y, sin embargo, a pesar de su indeterminación terminológica -o precisamente por ello-, son omnipresentes en el lenguaje empresarial y organizativo. A pesar de la dificultad de su delimitación conceptual y, por ello, de su supuesta menor operatividad, la cultura organizacional y los valores que la configuran constituyen la clave de bóveda del análisis ético en y de las entidades. El concepto cultura es el que mejor define el ambiente, el estilo o el sustrato de una organización; condiciona qué tipo de relaciones se establecen en la entidad, y entre esta y la sociedad. Media la percepción de la realidad y también condiciona los criterios, procesos y tipo de decisiones que se toman tanto en el corto como en el medio y largo plazos y remite directamente a los valores en los que se sustenta. El ejercicio de definición de los valores de la empresa, desde la ética, permite también distinguir entre los mínimos de conducta que se han de cumplir y los ideales y aspiraciones compartidas que definen la identidad de la organización.
Los griegos tomaron Troya; Temístocles venció en Salamina; Aníbal mantuvo en jaque al ejército romano... ¿Qué tienen en común estos y otros episodios del mundo antiguo? El uso de trampas, trucos y engaños; en una palabra, estratagemas para dominar al enemigo. La historia antigua está repleta de acontecimientos en los que someter al otro ha sido posible gracias a un destello de astucia decisivo en el fragor del enfrentamiento.
Aunque hicieran creer que eran los enemigos quienes perpetraban contra ellos las artimañas más ambiguas, en realidad, griegos y romanos nunca tuvieron reparos en utilizar medios tortuosos y fraudulentos. Consideraban que la inteligencia era el arma más eficaz, fiable y competente para superar las dificultades, vencer a los enemigos e imponerse en la escena política.