«La cabaña no solo se alza como una alternativa a la ciudad, es un recordatorio de lo que somos cuando pisamos el freno. Una necesidad existencial acuciada por los tiempos convulsos que vivimos, fértiles en estrés, ansiedad, preocupaciones por la salud mental y, sobre todo, víctimas de una pérdida de conexión con nosotros mismos».
Desde las primeras construcciones prehistóricas hasta el emblemático Walden de Thoreau, pasando por las casas en los árboles de los Médici, Punky Brewster o la casa de los enanitos con la que todo niño granadino soñó alguna vez en su camino a Sierra Nevada, Refugio. Una historia de cabañas propone un fascinante e irresistible recorrido pop a través de los siglos por la relación que el ser humano ha forjado con ellas.
Eva Morell, creadora de la newsletter El club de la cabaña, reflexiona sobre el rol capital que estos refugios (reales y metafóricos) han ocupado a lo largo de nuestra historia. Además de proporcionar momentos de descanso y recogimiento, albergan historias únicas, divertidas, apasionadas y misteriosas. Así, Le Cabanon de Le Corbusier comparte páginas con aquella habitación propia que Virginia Woolf encontró en Monk's House, con el hogar de Joel Fleischman cuando se mudó en Doctor en Alaska o con la aparentemente inofensiva caseta de Montana desde la que Unabomber aterrorizó a la sociedad estadounidense entre los años setenta y noventa.
Primero fue Reuben, lobo feroz con sierras en lugar de dientes; luego Archer, rubio, bello y letal; y finalmente llegó Frosty, una bola afable y rencorosa. Son los tres perros salvajes y leales que llegan a casa de los Zusak para poner patas arriba a la familia y, al mismo tiempo, completarla. Lo que sigue resulta inevitable: peleas callejeras, rifirrafes en el parque, daños corporales y psicológicos, tragedia y amor encarnizados, pero, sobre todo, la configuración de una constelación de afectos en torno a la necesidad humana (y animal) de pertenecer a un clan.