A pesar de sus diferencias, Balaguer y Bosch tenían muchas cosas en común. Amaban la política y el poder por vocación, no por la fama, el dinero y las candilejas. Veían a través de ella, cada uno a su modo, un sendero hacia la redención, el avance social y el progreso de la nación. Al derrocárseles, sus adversarios intentaron sin éxito presentarlos como gobernantes corruptos.
Cuando Balaguer salió al exilio en enero de 1962 llevaba en sus bolsillos apenas unos cuantos miles de dólares. Los compró el día antes por intermedio de Fernando Amiama Tió, cuando este le llevó la noticia de la aprobación del salvoconducto después de una larga espera en la Nunciatura.
Cuando lo enviaron al exilio, a finales de septiembre de 1963, Bosch dejó su último salario como presidente para el pago de algunos de los muebles que había adquirido a crédito en una tienda para la casa alquilada donde vivía.
La conversación es un arte efímero y privado; quizá el más selecto de todos, ya que son muy pocos los elegidos que tienen la fortuna de escuchar y participar en cualquiera de sus mejores representaciones. Casi todos los que tuvieron el privilegio de conocer a Oscar Wilde coinciden en que era un conversador incomparable. Un aspecto esencial de su lúcida y amena conversación se preserva en los incontables e ingeniosos epigramas que brillan a lo largo de toda su obra; su secreto consiste en que, siendo al mismo tiempo ciertos y falsos, siempre amplían nuestra visión de la vida.
Retratos ofrece un manojo de historias verdaderas, o que pueden parecerlo: en literatura, es lo mismo. En ellas se nos habla de la soledad y la alegría, el amor y el desengaño, la melancolía y el dolor por la ingratitud, la ilusión y la desesperación, la nostalgia y la esperanza. Para ello, el autor utiliza rasgos de personajes verdaderos, entreverados unos con otros, junto a otros detalles, inventados o soñados.