Blanca Varela (Lima, 1926-2009) es una de las voces poéticas más destacadas de América Latina. Ha publicado Ese puerto existe (1959), Luz de día (1963), Valses y otras falsas confesiones (1972), Canto villano (1978), Ejercicios materiales (1993), El libro de barro (1993), Concierto animal (1999) y El falso teclado (2001), todos ellos incluidos en este volumen junto con una serie de poemas dispersos. Por su obra obtuvo el Premio Internacional de Poesía Federico García Lorca (2006) y el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana (2007). «Blanca Varela es una poeta que no se complace en sus hallazgos ni se embriaga con su canto. Con el instinto del verdadero poeta, sabe callarse a tiempo. Su poesía no explica ni razona.
Este libro fundamental del movimiento contracultural beates una trinchera construida por poemas irreverentes, psicodélicos y libertarios que refleja, sin censura, el desencanto de la política y sociedad norteamericanas.
Pocas cosas suscitan hoy tanto interés como el humor, tal vez porque lo echamos mucho en falta en una sociedad generalmente seria y malhumorada, incapaz de elevarse sobre las cosas con la fina distancia y el placer inteligente que ofrece el humor, capaz de hacernos ver lo oculto, desnudar lo solemne y señalar lo falso. Una categoría, el humor, cuyo carácter y definición se persiguen en este libro (a sabiendas de que es imposible) transitando por libros y autores que le han prestado atención e intentando hacerlo, también, con cierto humor. Un humor que se distingue de lo cómico, lo gracioso o del puro chiste y se convierte en una auténtica posición ante la vida. Algo que tiene más que ver más con el corazón que con la cabeza, como nos recuerda Wenceslao Fernández Flórez, miembro de la generación más brillante de humoristas españoles, un autor que se reivindica y al que se sigue en el desarrollo de este libro. Un humor, por fin, que se rebela frente a la rigidez y el automatismo, como señala Bergson, y que ofrece el consuelo al abatido yo por las penalidades que nos inflige la vida, como no escapó a Freud.