Entre las sombras de la ciudad, se encuentra un hotel llamado Pope. Está abandonado y lo envuelve un misterio olvidado. Pero Kai, tú crees en la historia del duodécimo piso oculto, ¿verdad? Se dice que en él se alojó un huésped al que nadie vio nunca entrar ni salir.
Tú y tus amigos podéis intentar asustarme o manipularme, crees que puedo llevarte hasta ese escondite que buscáis, ¿no es así? Pero, aunque luche por resistir todo lo que siento cuando me miras, nunca cederé.
Así que siéntate a esperar.
En la noche del diablo, la caza te alcanzará.
KAI
No tienes idea de lo que busco, pequeña. Nadie puede imaginarse en lo que me he convertido después de pasar tres años en la cárcel, condenado por un delito que volvería a cometer.
Quiero encontrar ese hotel y quiero que todo esto termine. Quiero mi vida de vuelta. Pero, cuanto más cerca estoy de ti, más me doy cuenta de que este nuevo yo es quien debo ser.
Así que vamos, pequeña. No te acobardes. Mi casa está en la colina. Puedes entrar por donde quieras, pero buena suerte encontrando una salida.
Conozco tu escondite. ¿Quieres ver el mío?
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Un despunte de robos en una residencia de estudiantes no es el tipo de delito que suele despertar el interés de Hércules Poirot. Tras repasar la lista de objetos sustraídos o vandalizados, que incluía un estetoscopio, unos viejos pantalones de franela, una caja de bombones, una mochila rajada o un anillo de diamantes encontrado en un plato de sopa; Poirot felicitó a la directora, la señora Hubbard, por presentarle un caso «único y hermoso».
La lista no tenía ningún sentido.
Pero si se trataba de un ladrón de poca monta, ¿por qué estaban todos tan asustados?, se preguntó Poirot.