En esta Ecos de sangre su autor es cuidadoso al convertir el suceso taíno en argumento teatral. Evita la trampa del localismo, el simplismo y lo folclórico. Cruz parte de un acontecimiento insular para proyectar la trama hacia lo universal.
La princesa Iguanamá, la soberbia Xucaba, el behique Guaguyona y el cacique Ananorex (únicos personajes de la obra) trascienden lo anecdótico para elevar sus acciones hacia un teatro dramático y profundo.
En esta Ecos de sangre, como ya hizo en su poemario Areytos: cantos entre el cielo y la tierra, su creador incorpora parte del encantador idioma de nuestros taínos. Lo que constituye, por demás, un aporte inigualable.
No ahondaremos en estas premisas en la historia que este dramaturgo dominicano nos plantea en su pieza teatral. Dejemos que ella misma abra para todos nosotros el siempre intenso telón de Giovanny Cruz Durán.
En un mundo fracturado por la oscuridad, donde los antiguos guardianes han caído y las ciudades de cristal apenas resisten el embate de las sombras, surge una profecía olvidada: el nacimiento del Portador de la Luz.
Helion, un niño marcado desde su nacimiento con el símbolo sagrado de Ábalos, es el único capaz de desafiar a las fuerzas que buscan sumergir al Sistema Prime en el caos eterno. Su vida, atravesada por la pérdida y el dolor, lo empuja hacia un destino imposible de evadir. Pero no está solo: aliados inesperados, misterios ancestrales y enemigos ocultos lo acechan en cada paso.
Este primer capítulo abre las puertas a una saga épica donde la luz y la oscuridad chocan en una guerra cósmica.
Batallas legendarias, secretos prohibidos y un héroe destinado a encender la llama de la esperanza aguardan en estas páginas.
Hace más de diez años que escribí esta larga indagación sobre el devenir de los principales grupos humanos que han constituido la nación dominicana en el ámbito de la isla de Ayitì o La Española.
Esta indagación a partir del concepto de la Trinidad Divina con que Juan Pablo Duarte encabezó el juramento de la sociedad fundada para promover la independencia del dominio haitiano.
Es sabido que los números constituyen un plano de la realidad, una prefiguración de lo existente, un mundo constituido entre la ideación original y la realidad física. En el caso que nos ocupa al aura de significados englobados por el número tres (armonía, equilibrio), se une el matiz teológico añadido por el concepto Trinidad, un concepto eminentemente religioso que se encuentra, contrario a lo que podría pensarse, en otras religiones más allá del cristianismo de donde la tomó el fundador de la república. Por tanto estas indagaciones, conjuntamente con el aspecto social y político, se han ido principalmente por la cuestión religiosa donde precisamente, con el transcurrir del tiempo y los avatares humanos, se ha constituido uno de los espacios de equilibrio y armonía entre las visiones de las tres culturas que nos constituyen, ese espacio es la religión popular dominicana, también llamada Culto a la 21 División.