La muerte de Alejandro Magno en extrañas circunstancias provocó un terremoto tan grande como el imperio que había levantado con solo 32 años, de Grecia a la India. El legado del conquistador marcó el devenir histórico y la identidad de una gran cantidad de pueblos de Asia y del mundo helenístico, pero lo que causó en primer lugar su desaparición fue un charco interminable de sangre. Sus hijos y sus familiares directos fueron las primeras víctimas de una lucha de poder que traspasó mares y continentes. Luego les tocó el turno de hablar a las falanges en lo que fue la edad de oro de este tipo de guerreros.
El Peloponeso, Egipto, Gaza, Babilonia fueron algunos de los escenarios de las llamadas guerras de los Diádocos, una serie de conflictos donde los generales de Alejandro, entre ellos Ptolomeo, Antígono y Seleuco, se batieron por conseguir el mejor trozo del imperio. Denis Ztoupas, la voz y la cabeza detrás del canal de YouTube Forgotten Heroes, narra este salvaje juego de tronos con su habitual rigor y espectacularidad.
El día en que murió su tía, Clementine sintió que todo su mundo se desmoronaba. Desde entonces, su mayor reto ha sido descubrir cómo seguir adelante.
Para proteger su corazón, elabora un plan: trabajar duro, encontrar a alguien decente de quien enamorarse e intentar alcanzar la luna. Esto último es absurdo y completamente metafórico, pero su tía siempre decía que hacía falta al menos un gran sueño para avanzar.
Durante el último año, ese plan ha funcionado. Más o menos. Lo del amor es complicado porque no quiere encariñarse demasiado con nadie; no está segura de que su corazón pueda soportarlo.
Hasta que se encuentra con un desconocido en la cocina del apartamento de su difunta tía. Un hombre de mirada amable, con acento sureño, y que tiene debilidad por las tartas de limón. Alguien por quien, en otras circunstancias, habría perdido la cabeza. Y puede que lo haga de nuevo.
El problema es que él vive en el pasado; exactamente siete años atrás. Y para él, ella está a siete años de él.
Su tía siempre le dijo que ese apartamento tenía algo mágico, que era como un punto de encuentro en el tiempo, un lugar donde los momentos se entremezclaban como pinceladas de acuarela. Y Clementine sabe que, si se enamora, estará condenada.
Porque, en el fondo, el amor no es cuestión de tiempo, sino de encontrar el momento perfecto.
Abraham Stoker nació en Dublín en 1847. Fue un niño enfermizo y desempeñó en su juventud un puesto de funcionario, hasta que a los treinta y un años decidió abandonar su empleo para convertirse en agente y secretario particular del actor inglés Henry Irving, propietario del teatro Lyceum de Londres. En el tiempo libre que le dejaba el trabajo, Stoker no sólo escribió Drácula (1897), la obra que lo hizo inmortal, sino otras novelas fantásticas, como La joya de las siete estrellas (1903), La dama del sudario (1909), o La madriguera del gusano blanco (1911). «Los seres que llamamos vampiros existen. Algunos de nosotros tenemos pruebas irrefutables de ello». Ha pasado más de un siglo desde que el profesor Van Helsing, uno de los protagonistas de «Drácula», pronunciara estas palabras, y el mito sigue vivo gracias a la capacidad sobrenatural del hombre-vampiro para mutar y adaptarse a los nuevos tiempos: infinidad de películas, musicales, cómics, etc., así lo atestiguan.