«En medio del campo donde plantábamos patatas, con el incesante gorjeo de las alondras de fondo, le pregunté qué lugar elegiría si de repente un genio se cruzase en su camino para hacer realidad el viaje de sus sueños. “El Polo Norte”, me respondió. Yo apenas tenía diez años. Debía rondar esa edad cuando, una noche de verano, delante de la puerta de casa, mi padre me señaló la presencia titilante de la estrella polar, que no duerme, que permanece ja en el cielo y sirve al navegante para no perder jamás el rumbo.Por su ochenta cumpleaños, le regalé un viaje a la Tierra de Baffin, más allá del círculo polar ―en el Polo Norte. Estas páginas cuentan la parte visible». Estética del Polo Norte es un diario de viaje, una losofía del frío y una meditación sobre los males de la civilización. Onfray reexiona sobre el espacio, la naturaleza pero también sobre la nostalgia. Un texto denso, lírico e inteligente donde el autor asume su filosofía objetiva y silenciosa.
«El espacio ha sido un gran misterio ―quizá el mayor de todos― profundamente adormecido desde hace mucho tiempo, sobre todo desde la ya lejana época de Kant, que parecía haberlo puesto en el lugar que le correspondía. Nos creíamos que ya estaba todo dicho sobre él, cuando en realidad ese todo no era casi nada. Entonces Albert Einstein, un físico de gran talento, lo rozó con su varita y, en ese momento, despertó para cobrar vida, multiplicarse, poblarse de hechos y acontecimientos inesperados, ensancharse hasta perderse de vista, imaginación y razón, y adquirir una cuarta dimensión. Desde entonces, el espacio y el tiempo, su hermano incognoscible, celebran unas maravillosas nupcias bajo nuevos aspectos a las que están invitados todos los hombres de buena voluntad.» Desde la publicación de La Teoría General de la Relatividad de Albert Einstein en 1915, la reflexión sobre el espacio se convirtió en un tema de interés popular. Ha habido muchos intentos de interpretar el significado de la teoría en su relación con la vida cotidiana, algunos muy imaginativos. Es por esta razón que La vida del espacio adquiere un significado especial.
Apenas conocida entre nosotros, pero muy célebre y controvertida en la Francia de la segunda mitad del siglo XIX, donde su desprejuiciada condena de la religión causó un tremendo impacto, Louise Ackermann ha dejado un rastro ambiguo en el que conviven la admiración y el escándalo. Rebelde, transgresora, descreída e incómoda, la pensadora y poeta parisina fue motejada de «Satán femenino» por su desusada profesión de impiedad, pero incluso sus detractores, como el muy católico Barbey d’Aurevilly, reconocieron su audacia y sobre todo su valía literaria. La obra de Ackermann llevó a cotas máximas de osadía la tradición del libre pensamiento, amparada en múltiples lecturas —Lucrecio y su maestro Epicuro, Spinoza, Shelley o Proudhon estuvieron entre sus autores de cabecera— y el propósito de ensalzar un «humanismo comprometido» frente a las fabulaciones de los credos consoladores. Acogida a una soledad radical, grata a su «indomable individualidad», Ackermann fue mucho más allá de lo que se esperaba de la literatura escrita por mujeres para defender la ciencia y el progreso desde una moral austera pero combativa, opuesta a los misterios del dogma. Al cuidado de Francisco Socas, que acompaña el texto de una extensa y ponderada introducción crítica, esta primera edición española de su obra reúne la breve autobiografía Mi vida, los Poemas filosóficos, los Pensamientos de una mujer solitaria y otros extraídos de su Diario. Todos ellos dan cuenta de la singularidad y la fuerza de una escritora excepcional, aplicada a la impugnación de lo que su traductor ha llamado las «industrias del miedo».