En las primeras páginas de este clásico de la literatura universal del siglo XIX, la inminente boda entre Renzo y Lucia, dos jóvenes humildes, se ve de pronto amenazada por el deseo de don Rodrigo y la fuerza bruta de sus esbirros. La interrupción dará lugar a una serie de peripecias siempre inesperadas, en que varios personajes memorables se irán cruzando en el destino de los dos prometidos, que viven en carne propia las tensiones de una época y un espacio, el siglo XVII en la región de Milán, marcados por el hambre, la peste, la ocupación española y la incapacidad de la ley y sus representantes para impartir justicia. Alessandro Manzoni no sólo construye historia particular y antigua de gran poder de seducción. Su novela es, también, universal y contemporánea. Nos habla de nuestras pasiones y transformaciones, de la Italia de hoy, del abuso eterno de los poderosos e incluso de la posverdad.
Alan Le May es uno de los autores más populares de la narrativa western debido sobre todo a su novela The Searchers, una obra maestra del género, y en especial a su adaptación cinematográfica, que en España adoptó el memorable título de Centauros del desierto (Col. Frontera no 4). Pero la producción literaria de Le May es mucho más extensa y cuenta con diecisiete novelas y centenares de relatos, muchos de ellos aparecidos en la prestigiosa revista Collier’s, una de las cabeceras fundamentales en la historia de la literatura popular norteamericana.
La presente obra, Los que no perdonan, tiene en común con Centauros del desierto su retrato crudo y realista de la vida en la frontera texana hacia 1870. La novela narra las tentativas de los indios kiowas por rescatar a la joven protagonista, Rachel, de la familia de colonos con la que vive desde que la adoptaron cuando apenas era una niña, pues consideran que es una de los suyos. La primera parte describe con detalle los afanes y penalidades de los colonos para sacar adelante un rancho ganadero en la peligrosa frontera, así como lo que sentían las mujeres en aquellas tierras, su esfuerzo por mantener una vida civilizada, la rivalidad entre vecinas, los romances, y también la pasión culpable que Rachel siente por uno de sus hermanastros. El lector puede percibir el paisaje, el sonido casi permanente del viento, las grandes distancias vacías, la alegría de la llegada de la primavera, pero también el temor de los colonos ante la llegada de la «luna kiowa» que acompaña a la estación. Es entonces cuando los guerreros de las tribus cercanas salen en busca de botín, sangre y gloria.
Si bien William Carlos Williams debe gran parte de su reconocimiento a la poesía, en la que introdujo conceptos novedosos como el «pie variable» y con la que trató de aprehender un habla típicamente americana en contraposición al inglés europeo, destacó también de manera importante por sus relatos en prosa. Williams, que ejerció durante toda su vida como médico de cabecera y pediatra —ejercía de día y escribía de noche hasta caer rendido—, dedicó un buen número de historias a su profesión y plasmó una sentida y conmovedora semblanza de los hombres y mujeres corrientes. Tanto por su ocupación como por su penetración psicológica y su interés en el ciudadano de a pie y el campesino, a menudo se ha comparado a Williams con Antón Chéjov. Gran impulsor del uso del habla coloquial en su narrativa, sus aportaciones al diálogo interior y el flujo de conciencia lo situaron en la vanguardia literaria de la primera mitad del siglo XX. Pero hoy son el sustrato íntimo de sus personajes y la insondable honestidad de su mirada los que, unidos a su estilo conciso y sugerente, nutrido de imágenes imborrables, lo han convertido en un clásico y en un autor poderosamente vivo para los cánones contemporáneos.
Rainer Maira Rilke es uno de los creadores más determinantes de la literatura del siglo XX. Las nuevas dimensiones del lenguaje y de la forma, explorada y fijadas con su poesía, han ejercido una influencia concluyente. En plena crisis sentimental, tras su fracasado matrimonio, marchó a París donde conoce al escultor A. Rodin en 1905, con quien trabaja como secretario y del que aprende la severa concepción de la creación artística, la disciplina moral y la observación objetiva. En 1907 preparó una exposición de Cézanne, con quien también hizo una gran amistad y del que aprendió a fijar con precisión las imágenes de las cosas, para restituir a la realidad la plenitud del sentido; siempre atormentado por las ambigüedades e inexactitudes de las palabras y de las cosas y encerrado en su propia interioridad, los conceptos artísticos de Cézanne y Rodin fueron determinantes en su poética.
En esta obra póstuma e inédita, Nélida Piñon -Premio Príncipe de Asturias de las Letras y la primera mujer que llegó a presidir la Academia Brasileña de las Letras-, cose su testamento literario y lo convierte en una celebración de la vida donde relata su pasión por la creación, ahonda en el sentido de pertenencia a un territorio y canta su amor a la música y al arte entretejiendo episodios e recuerdos sobre sus amigos más íntimos: Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa, Susan Sontag o Clarice Lispector. Introduciendo retazos de su infancia, en la que las lenguas española y portuguesa se entrelazaron, y creando una sinfonía cultural que resuena en su vida y en su literatura, Piñon acompaña el lector por una profunda reflexión sobre la mortalidad y el poder de la invención a través de las palabras.