La mayoría de los manuales de guion son, en palabras del autor de este libro, «como los gritos constantes que el entrenador le pega aljugador infantil, y que más que situarlo mejor ante el desafío quetiene delante, lo llenan de inseguridad. No digo que sean maloslibros. Ni mucho menos. Algunos son textos formidables (?). Entonces,¿cuál es el problema? Que no hablan del proceso». Esos manualesacostumbran a dar mucha información y consejos para alcanzar un buenresultado, pero se olvidan de mostrar cómo se ha llegado hasta ahí:los errores que se convierten en aciertos y los aciertos que acabansiendo errores; los diálogos que cierran posibilidades, los que abrendemasiado el campo, los que definen bien a un personaje, pero plantean dudas sobre si podrían ser mejores?-Te quiero -No me jodas explica cómo se crean diálogos, pero no puedecrear guionistas.
Saben lo que deseas, lo que buscas. Conocen tu cuenta bancaria, lo que pagas, lo que debes, tus conversaciones. Te siguen, te examinan. Pero ¿acaso conocen el significado, lo que representa para ti ese álamo, una tarea en común, la persona que no te llama?
León trabaja para una pequeña empresa interesada en acceder a los rincones de la vida íntima y social que aún escapan a la cultura de la vigilancia. En lugar de limitarse a procesar cantidades ingentes de datos, decide fijar la mirada en dos únicos sujetos, Casilda y Jonás, ambos en la treintena.
Mientras tanto, la competencia le observa. Minerva, directiva de una empresa mayor que la de León, ha recibido el encargo de espiarle.
Cuatro personajes interpretan un baile singular entre la tenacidad y el desencanto, entre la libertad y el engaño, entre bajar la cabeza y la insumisión. Esta novela construye una distancia para esclarecer el presente, porque en él chocan el pasado con el futuro, y de ese choque nace el centelleo de estar aquí.
A menudo, creemos que para cambiar nuestra vida tenemos que embarcarnos en un gran viaje o encontrar una revelación repentina. Mientras tanto, la vida se nos escapa. Y el problema no es que, antes o después, vayamos a morir, sino morir sin haber empezado a vivir. Esperar que nuestra vida cambie por sí sola es dejarla en manos de un mundo que no podemos controlar, pasando por alto todo lo que sí depende de nosotros