El libro de Roberto Fulcar Mi compromiso 'con la educación constituye, como se puede apreciar, un referente obligado en el debate educativo en el país. Su idea conecta las tareas de la educación con las propias del desarrollo y debe asumirse como una premisa del análisis y, sobre todo, como una condición del proceso de cambio. En segundo lugar, el libro nos enseña que en realidad la práctica de la educación es una práctica de la sociedad y que educar es también e intrínsecamente un proceso de construcción social. El tercer asunto que nos revela este libro es que la tarea de la educación define un compromiso ciudadano donde la sociedad toda se encuentra comprometida y, de
hecho, educar es en última instancia construir democracia».
Roma, 1960. Mientras un Andre Aciman adolescente observa el puerto de su nueva ciudad, su madre se preocupa por el equipaje: treinta y dos maletas y baúles que contienen todo su mundo. Acaban de llegar a Italia desde Alejandría, hogar que han tenido que dejar atrás. Su padre sigue en Egipto y ahora Andre es el cabeza de familia. Solían tener una buena vida, pero todo vestigio de su estatus se ha esfumado tras su huida.
El autor, su hermano pequeño y su madre se mudan a un apartamento de la capital italiana que justo antes de su llegada se usaba como burdel. Mientras buscan la manera de encontrar su sitio en la ciudad, el autor se encierra en su habitación para leer un libro tras otro.
Cuando escribí la primera edición de este libro tenía muy poco conocimiento acerca de la misión que le corresponde desempeñar a los Ángeles Celestiales con todos los seres humanos. Recuerdo que en cada experiencia positiva usaba deliberadamente la palabra “Ángel”, pero sin una conciencia clara del significado tan profundo que tiene esta palabra. Para explicarme mejor expondré un ejemplo sencillo. Cuando algo se me resolvía rápida y fácilmente a través de la ayuda de otra persona, yo decía: “Gracias a un Ángel que me ayudó”. De esta manera, cada vez que necesitaba “una mano amiga” decía: “Dios mío, por favor, mándame un Ángel, necesito encontrar un Ángel en este lugar”.
Otras veces perdía algo y de igual manera decía: “Necesito un Ángel que me ayude a encontrar lo que he perdido”. Así, sucesivamente, la palabra Ángel fue ocupando gran parte de mi diario vivir. Igualmente, si trataba a una persona buena, pensaba: “Esa persona es un Ángel o tiene algo de Ángel”. Poco a poco comencé a interesarme más seriamente en los Ángeles.
Si no estuviera ya muerta, Delphie se moriría de vergüenza. Ha llegado al más allá vestida con el típico pijama raído que una preferiría que nadie viera y se ha topado cara a cara con el hombre más guapo que ha visto nunca. Y él le está sonriendo.
Cuando ambos empiezan a hablar, todo lo demás pasa a un segundo plano... hasta que alguien aparece a toda prisa, les grita que ha habido un error y manda al atractivo desconocido de vuelta a la tierra.
En un giro de los acontecimientos, a Delphie le proponen un trato para volver a su vida anterior y reencontrase con el misterioso hombre que, según ella, es su alma gemela.
¿El problema? Solo dispone de diez días para dar con él.
Diez días para conseguir que se enamore de ella.
Ah, y además él no recuerda haberla conocido...
Es sorprendente la gran capacidad creativa que reside en la mente del médico y poeta Jimmy Barranco Ventura, demostrada en su vasta versatilidad para abordar temas tan disímiles unos de otros, demostrando su brillante grandilocuencia, luciendo un amplio dominio del idioma español, venciendo las presiones del
tiempo, cultivando una depurada poesía y, sobre todo, navegando plácidamente por todas las estructuras poéticas, entre ellas las más rigurosas, como son el soneto, la poesía oriental y por supuesto, la décima espinela que es el formato elegido por él para este libro con el que nos premia.
Mi abuelito decimero es la nueva huella que, en su exitoso tránsito por la literatura, plasma Jimmy Barranco Ventura en homenaje a sus descendientes de tercera generación, como prueba de que, entre sus múltiples cualidades humanas, no
podía quedarse afuera su cosecha familiar. Dejo constancia escrita de que, más que un placer, ser el editor de esta obra me honra llena de júbilo.
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