A los 28 años, los planes de Stephanie Land de liberarse de las raíces de su ciudad natal, en el noroeste de la costa del Pacífico, para perseguir sus sueños de ir a la universidad y convertirse en escritora, se vieron truncados cuando una aventura de verano se convirtió en un embarazo inesperado. Se dedicó a la limpieza para llegar a fin de mes, y con un control tenaz de su sueño de brindarle a su hija la mejor vida posible, Stephanie trabajó durante el día y tomó clases en línea para obtener un título universitario y comenzó a escribir sin descanso. Escribió sobre las historias reales que no se estaban contando: las historias de estadounidenses mal pagados y con exceso de trabajo. De vivir con cupones de alimentos y cupones de WIC (mujeres, bebés y niños) para comer. De los programas del gobierno que le proporcionaron vivienda, pero que acabaron siendo casas de transición. Los distantes funcionarios que la llamaban afortunada por recibir ayuda mientras ella no se sentía afortunada en absoluto. Escribió para recordar la lucha y para acabar con los estigmas profundamente arraigados acerca de los trabajadores pobres. Criada explora las debilidades de la clase media alta de los Estados Unidos y la realidad que hay detras es estar a su servicio. Me convertía en un fantasma sin nombre, escribe Stephanie sobre su relación con sus clientes, muchos de los cuales no la conocen de nada, pero de quienes aprende mucho. A medida que comienza a descubrir más sobre la vida de sus clientes, también sobre su tristeza y su amor, comienza a encontrar esperanza en su propia situación. Su escritura compasiva e inquebrantable como periodista da voz al trabajador "sirviente" y a aquellos que persiguen el Sueño Americano desde debajo del umbral de la pobreza. Criada es la historia de Stephanie, pero es la de muchas otras personas. Es un testimonio inspirador de la fuerza, la determinación y el triunfo definitivo del espíritu humano.
En 1970, ante la incierta resaca dejada por el ciclo de protestas que había sacudido Occidente en 1968, Richard Sennett rastreó los orígenes de este malestar hasta las ciudades modernas en que moraban quienes lo padecían. Sería así como daría con el que sería uno de los principios rectores de todo su trabajo posterior: frente al afán regulador que había caracterizado toda la historia del urbanismo, la auténtica riqueza de las ciudades residía precisamente en el carácter caótico e incierto de su naturaleza desordenada, y solo las formas urbanas que fomentasen esta espontaneidad serían capaces de generar una comunidad política abierta, libre y vibrante. Cincuenta años después de su publicación, "Los usos del desorden" sigue siendo un texto fundamental para comprender la influencia que los espacios que habitamos ejercen sobre nuestro desarrollo personal y social, pero sobre todo para encontrar las vías por las que escapar de sus peligros reivindicando los efectos positivos que ciertas formas virtuosas de desorden pueden tener en nuestras vidas. Prólogo de Pablo Sendra
Moralista capaz de ver la realidad con los mismos ojos y la misma riqueza de imaginación que los grandes novelistas de antaño, este libro recoge reflexiones y sátiras de Piergiorgio Bellocchio, exégesis de lugares comunes conservadores y progresistas sobre la vida política y social de Italia desde los años ochenta, en plena derrota de la izquierda y el auge del consumismo televisado que acabaría llevando a Berlusconi.
Un libro clave para entender qué es Bilderberg, conocer los intereses que les mueven y cómo, con sus decisiones, cambian el devenir de miles de millones de personas en el mundo.
En las reuniones secretas de Bilderberg se decide el destino del mundo. Si no tienes el honor de ser invitado, simplemente no existes, no eres nadie. El objetivo del Club es acabar con nuestras libertades personales y manipularnos mediante un único gobierno mundial establecido en la ONU. ¿Cómo es posible que Google, Nokia, Coca-Cola o el FMI puedan cambiar nuestras vidas? En este libro políticamente incorrecto, Cristina Martín Jiménez desvela las últimas mentiras fabricadas por los «bilderberges» para mantener a la población atemorizada y, como consecuencia, controlada.
Las masas se han vuelto locas. Basta con seguir las redes sociales o los medios de comunicación para ser testigos de la histeria colectiva en la que se ha convertido el debate político. Cada día alguien nuevo clama que algo le ha ofendido: un cartel que cosifica, una conferencia que debe ser censurada, una palabra que degrada.
Vivimos en la tiranía de la corrección política, en un mundo sin género, ni razas ni sexo y en el que proliferan las personas que se confiesan víctimas de algo (el heteropatriarcado, la bifobia o el racismo). Ser víctima es ya una aspiración, una etiqueta que nos eleva moralmente y que nos ahorra tener que argumentar nada.
Con un estilo provocador y una estructura argumentativa sin fisuras, el autor trata de introducir algo de sentido común en el debate público, al tiempo que aboga con vehemencia por valores como la libertad de expresión y la serenidad actuales.