Desde hace décadas venimos asistiendo al bochornoso espectáculo de una sucesión de reformas educativas –llevadas a cabo por gobiernos de todos los colores– siempre fallidas, pero siempre funcionales a unos intereses espurios. Secundadas por un ejército de «expertos en educación» que sirven como propagandistas del nuevo orden educativo, el mayor «logro» de estas reformas –con su corolario de antiintelectualismo, infantilización y «ludificación»– ha sido condenar al alumnado a la servidumbre laboral.
Escuela o barbarie plantea una crítica radical del papel que en el terreno educativo está desempeñando el discurso de una pedagogía dominante cuyos sofismas –revestidos a menudo de una falsa apariencia progresista– conducen a resultados extraordinariamente reaccionarios. De esta forma, los autores contribuyen a rearmar intelectualmente la educación frente al ataque neoliberal que acecha a la enseñanza pública.
Los escritos publicados y los discursos pronunciados por Max Weber en los últimos meses de 1918 y en los primeros de 1919 sobre el futuro de Alemania que se incluyen en este volumen muestran que él no consideraba imposible la creación de un Estado republicano presidencialista, federal y democrático para una Alemania que incluyera al máximo número de alemanes, es decir, que incluyera a los alemanes austríacos, y que no girara ya, en cuanto a la organización del poder estatal, en torno a la hegemonía de Prusia en el Estado, que es lo que había ocurrido en el Deutsches Reich desde su creación en 1871 hasta 1918.
La percepción generalizada de que la vida va más deprisa que antes ha arraigado en nuestra cultura, y solemos culpar de ello a los smartphones y a Internet. Pero ¿acaso no es el único propósito del smartphone proporcionarnos un acceso tan rápido a las personas y a la información que nos libere para hacer otras cosas? ¿No se supone que la tecnología debía facilitarnos la vida? En Esclavos del tiempo, Judy Wajeman explica por qué a partir de nuestras experiencias con la tecnología digital deducimos de forma inmediata que esta acelera inexorablemente la vida cotidiana. La autora argumenta que no somos menos rehenes de los dispositivos de comunicación, y que la sensación de andar siempre apurados es el resultado de las prioridades y parámetros que nosotros mismos establecemos. De hecho, estar siempre ocupados y llevar una vida ajetreada ha pasado a tener un valor positivo en nuestra cultura basada en la productividad.
¿Dejarías tu vida en manos de un algoritmo? Todos lo hemos hecho ya. A ciegas, sin querer. Si nos lo hubieran preguntado antes, si nos hubieran advertido en la letra grande de los riesgos y las repercusiones de delegar decisiones en la inteligencia artificial, quizá habríamos resuelto otra cosa. Somos, en cierto modo, marionetas del algoritmo, aunque no necesariamente de la manera que imaginamos. Pero quienes manejan los hilos no están hechos de silicio, sino de carne y hueso.
Una necesaria reivindicación de la confianza, la solidaridad y el pensamiento crítico frente al individualismo y la ignorancia.
David Pastor Vico vuelve, con más fuerza que nunca, a hablarnos de cosas incómodas y necesarias: la desconfianza hacia los otros, el individualismo, la soledad o la precaria educación de las nuevas generaciones. Y lo hace a través de un alegato en favor de los vínculos, el tiempo compartido y la comunión como antídoto a esta era de idiotas en la que vivimos todos.
Retomando el legado de siglos pasados, donde el filósofo no solo era un analista y crítico de la realidad, sino también un agente de cambio social en la academia y en las calles, Vico asume este papel con irreverencia y pasión.
En el mundo moderno, la mayor amenaza a la libertad de expresión provenía de la censura del Estado. Hoy día, el futuro de la libertad de expresión, aun estando bien asentada en todas las constituciones y declaraciones de derechos, no deja de ser espinoso. A la censura estatal, no del todo superada, se une la de las plataformas digitales. Pero, además, se asiste a una metamorfosis del concepto tradicional de censura que lo dilata y rebaja su cara negativa. A esto se suman las demandas crecientes de protección frente a los discursos de odio que atentan contra identidades colectivas y grupos vulnerables.