Una obra insólita, auténtico estímulo para la lectura y uno de los grandes fenómenos de la edición francesa.
Pennac, profesor de literatura en un instituto, se propone una tarea tan simple como necesaria en nuestros días: que el adolescente pierda el miedo a la lectura, que lea por placer, que se embarque en un libro como en una aventura personal y libremente elegida. Todo ello escrito como un monólogo desenfadado, de una alegría y entusiasmo contagiosos: «En realidad, no es un libro de reflexión sobre la lectura», dice el autor, «sino una tentativa de reconciliación con el libro».
Este antimanual de literatura concluye con un decálogo no de los deberes, sino de los derechos imprescriptibles del lector (derecho a no terminar un libro, a releer... incluso a no leer).
«Pennac demuestra que se pueden escribir ensayos evitando toda jerga y toda pedantería» (Jacques Nerson, Le Figaro).
Como una ventana indiscreta, las cartas de Jane Austen a su hermana Cassandra proporcionan una mirada fascinante sobre la vida de la autora. Relaciones amorosas, ocasiones mundanas, visitas a vecinos, salidas al teatro: minúsculos detalles cotidianos que nos desvelan la faceta más íntima del mundo de Austen y nos ayudan a reconstruir la personalidad de una de las autoras más importantes de la historia de la literatura. En esta original selección epistolar, el lector encuentra una valiosa llave de acceso a la vida privada de Austen y al mismo tiempo un destello de su abrumador talento literario, aplicado aquí al delicado arte de escribir cartas, que, en palabras de la misma escritora, «consiste en saber expresar en el papel exactamente lo mismo que uno diría a la persona si estuviera hablando con ella».
Los límpidos versos de Manuel Astur, reminiscentes de la obra de Walt Whitman y Mary Oliver, pero también de la poesía clásica china, son un estremecido canto a la vida en que el mundo natural ejerce a un tiempo de cálido refugio e inevitable recordatorio de nuestra finitud. Destellos exógenos de una cruel belleza traen ecos del pasado al poeta, pero también vislumbres de una serenidad que lo reconcilia con la amarga caída del fruto siempre verde de la vida.
Un viaje sin rumbo. Una tonelada de drogas. El Mountain Grill. La gloria del rock. La sobredosis en el sótano. Y la idea persistente de alguien que camina estando ya muerto. Estos son los ingredientes que usa Michael Moorcock en su relato Cantante muerto. Cuento de fantasmas. Alucinación drogadicta. Fantasía macabra. Tras una gira, Shakey Mo, pipa de bandas de rock de los 70 como Hawkwind o Deep Fix se encuentra con Jimi Hendrix resucitado. Juntos viajan sin rumbo fijo en una autocaravana por el norte de Inglaterra mientras charlan sobre la lamentable situación del rock and roll y si hay alguna esperanza para su futuro. Con la publicación en 1974 de A Dead Singer, Michael Moorcock, referente de la nueva ola británica de ciencia ficción y uno de los 50 mejores escritores británicos de la segunda mitad del S. XX (The Times), arrancaba de su tumba al fantasma de una década muerta de forma trágica y lo colocaba en la siguiente, en un acto que sirvió para mostrar a un Hendrix horrorizado por el legado de su generación.
Ahí, al otro lado, en el camino, escucha la lengua secretos que yo no debo conocer y los transmite a otros que no quieren oírlos. ¿Por qué no se quedó conmigo, al margen, por qué se separó de mí? Está en el vacío. El vacío es el camino. Y yo me encuentro incluso al margen del vacío.¿Cómo consigo que todas estas palabras mías digan algo que pueda decirnos algo? No con el mero hecho de que yo hable. Es que no puedo hablar.*Existe una profunda relación entre la cita y los muertos. A través de ella se establece un misterioso diálogo entre vivos y muertos. Todo le es propio y, al mismo tiempo, ajeno. La cita apuntala y refuerza y, por tanto, hace aparecer no solo lo citado sino también al citado, lo hace comparecer.
Unos cien años después, el escritor húngaro Péter Nádas escribe esta pequeña joya titulada La propia muerte. Esta ocurre en el hospital, ante los médicos; se nos muestra el quirófano, los pasillos hospitalarios, la enfermedad. Ya no queda nada, o casi nada, de mitología. Lo que hay, en cambio, es algo que no encontramos en Rilke: una experiencia propia. Nádas sufrió en abril de 1993 un infarto y es esa vivencia la que se describe con delicadeza y minuciosidad en el presente libro.
Ana María Matute evoca la infancia en un libro de relatos empapado de esa belleza, ternura e intuición que solo sentimos cuando pensamos en lo irrecuperable.
Tras once años de ausencia, el protagonista de El río vuelve a los escenarios de su niñez. El pueblo por el que correteó durante varios veranos ya no existe. Ha sido cubierto por las aguas del pantano y sólo emerge, como inquietante aparición, cuando baja el nivel con los calores de agosto. Desde esa presencia irreal y envolvente, Ana María Matute nos ofrece una serie de relatos breves, que esbozan momentos de una infancia tan mágica como irrecuperable. Los lobos, los mendigos, los disfraces, la muerte de un niño, la lluvia, las nubes o el eco son algunos de los elementos de esa evocación, que integra la realidad y el misterio, la vida y la muerte. Con un lenguaje agridulce, de sosegadas ternuras y raros presentimientos, El río nos descubre la fugacidad de los primeros años, la revelación de que "el tiempo nuevo se impone sobre el tiempo viejo, lo sofoca, lo pisa, y sigue".
La adolescencia, esa etapa de la vida donde todo se siente a flor de piel, vista a traves de los ojos de Ana María Matute en siete narraciones cortas y desoladoramente luminosas.
Algunos muchachos reúne siete narraciones cortas. En ellas se habla de niños, de adolescentes en su tránsito definitivo hacia la vida adulta. De muchachos que no quieren crecer y se aferran a ese universo de sutiles y maliciosas sabidurías que esconde la infancia y a su desgarrado descaro. La astucia de El Galgo en una historia entre fantástica y real ("Algunos muchachos"); el pequeño rebelde que quiere incendiar su casa ("Muy contento"); la redactora de un infantil diario íntimo ("Cuaderno para cuentas"); la rara personalidad de Claudia ("No tocar"); el misterioso halo que envuelve a Ferbe ("El rey de los zennos"); el rencor del protagonista de "Retrato del joven K" o la patetica figura de Adela ("Una estrella en la piel") atraviesan estas páginas. Cómplices, furtivos o asombrados, estos muchachos aparecen en toda la riqueza de su sensibilidad a traves de la prosa lírica, hiriente y desoladoramente luminosa de Ana María Matute.
Nacho Duarte es un reconocido director de cine mexicano que, tras la muerte de su esposa, cerró las puertas de su corazón a cal y canto. Le gusta disfrutar con las mujeres, pero no suele repetir con la misma porque no piensa volver a enamorarse.
Su último trabajo lo traslada a España, donde va a rodar una película de acción cuya actriz principal es su amiga Estela Ponce. Sin embargo, para las escenas más peligrosas cuenta con la colaboración de Andrea Madoc, una militar estadounidense que, además, trabaja como especialista de cine.
Andy es una chica simpática, bromista y divertida que hará que el corazón del guapo director mexicano vuelva a latir con fuerza.
Congreso de futurología pertenece al ciclo de relatos protagonizados por Ijon Tichy. En ella Stanislaw Lem hace un magistral retrato de la aspiración al bienestar del hombre contemporáneo sirviéndose de la ironía y del humor. Tras un período de hibernación, Tichy es reanimado en el año 2039 y encuentra un mundo en el que impera la paz y reina un bienestar general; en esa sociedad controlada por la "psiquímica", se aprende y se ama por medio de productos químicos, los sentimientos son manipulados y toda espontaneidad ha dejado de existir. Bajo una apariencia exterior de abundancia y de confort, Tichy descubre, sin embargo, una realidad sobrecogedora que supera la más fantástica alucinación.