Paul Cézanne y Émile Zola iniciaron en la infancia una amistad que enlazaría sus destinos de por vida: no sólo compartían origen geográfico, medio social y educativo, e intereses intelectuales, sino también una profunda complicidad. Pese a la distinta suerte artística de cada uno―Zola alcanzó pronto reconocimiento y éxito, mientras que Cézanne, aislado, apenas expuso su obra hasta el final de su vida, gracias a Ambroise Vollard―, mantuvieron un fructífero diálogo durante treinta años, incluso después de la publicación de La obra en 1886 en la que supuestamente Zola retrataba a su amigo pintor de un modo poco favorable. Estas cartas muestran bajo una nueva luz la riqueza de una amistad tan compleja como genuina, y la singular sensibilidad de dos artistas que tuvieron el privilegio de conocerse y lo celebraron sincerándose sobre sus preocupaciones más íntimas, artísticas y personales, a menudo indistinguibles para ambos.
Snoopy y Carlitos. El sabueso de imaginación desbordante y su dueño, un obstinado perdedor, son dos iconos universales del siglo XX; y con ellos, el resto de la pandilla: Woodstock, Lucy, Linus, Patty, Schroeder, Sally... Durante cinco décadas, niños y no tan niños leyeron a diario una tira cómica que pronto alcanzó cotas de popularidad insólitas, a la vez que desmontaba ante los asombrados ojos de medio mundo el lado oculto del sueño americano.
Primero llegan la tormenta y el rayo y la muerte de Domènec, el campesino poeta. Luego, Dolceta, que no puede parar de reír mientras cuenta las historias de las cuatro mujeres a las que colgaron por brujas. Sió, que tiene que criar sola a Mia e Hilari ahí arriba en Matavaques. Y las trompetas de los muertos, que, con su sombrero negro y apetitoso, anuncian la inmutabilidad del ciclo de la vida.
Canto yo y la montaña baila es una novela en la que toman la palabra mujeres y hombres, fantasmas y mujeres de agua, nubes y setas, perros y corzos que habitan entre Camprodon y Prats de Molló, en los Pirineos. Una zona de alta montaña y de frontera que, más allá de la leyenda, conserva la memoria de siglos de lucha por la supervivencia, de persecuciones guiadas por la ignorancia y el fanatismo, de guerras fratricidas, pero que encarna también una belleza a la que no le hacen falta muchos adjetivos. Un terreno fértil para liberar la imaginación y el pensamiento, las ganas de hablar y de contar historias. Un lugar, quizás, para empezar de nuevo y encontrar cierta redención.
Himno telúrico a los elementos naturales del continente americano, ascensión hacia la redención del propio ser desde el deshumanizador mundo masificado hasta la comunión con un pasado que es un paisaje a la vez humano, arqueológico y orográfico, Canto general es quizá, por encima de todo, un poema a la vez épico y moral. Se trata de un texto en la gran tradición de la poesía a un tiempo civil, histórica y metafísica de los poetas románticos, a la que ha sido incorporada la herencia expresiva de las vanguardias de nuestro siglo, y la capacidad desmitificadora y satírica del cronista crítico del presente.
Esta monumental biografía de un continente es también la biografía de un hombre, el propio Neruda, errante y clandestino al redactarla, y un canto a sus compatriotas anónimos, a la fraternidad con los oprimidos y humildes y a la vastedad silenciosa y solemne del gran océano inmemorial que lo circunda todo. Este impresionante canto a América es una de las obras maestras de Neruda y de la literatura en lengua española del siglo xx.
La antología redescubre la faceta más desconocida de un autor que cantó el amor desde sus primeros hasta sus últimos poemas.
Al margen de su popularidad, Antonio Gala fue un autor extremadamente versátil y polifacético cuyo éxito en otros géneros –el teatro, el artículo, la novela, el ensayo e, incluso, la televisión y el cine– ha ocultado su temprana y valiosa dedicación a la poesía, reconocida pero desplazada en favor de los perfiles más difundidos de su obra. Tanto ese éxito como su propio pudor a la hora de publicar, que lo llevó a dosificar las apariciones líricas posteriores a su brillante estreno literario con el libro Enemigo íntimo, accésit al premio Adonáis de 1959, han hecho olvidar que Gala era sobre todo y ante todo poeta, condición que queda clara en cualquiera de sus páginas. Editada por Luis Cárdenas García y Pedro J. Plaza González, responsables del rescate de sus poemas de juventud, la antología Cantaré mañana todavía ofrece una visión panorámica de toda la obra poética de Gala, incluyendo los títulos menos difundidos y algunas composiciones inéditas. El conjunto permite resituar al poeta como uno de los nombres más relevantes del núcleo andaluz –tantas veces obviado– de la llamada Generación del 50, redescubriendo a un poeta imprescindible y, paradójicamente, casi desconocido que cantó, como pocos, el amor desde sus primeros hasta sus últimos poemas.
Vidal Escabia, el protagonista de esta historia, ha seleccionado setenta y un libros en un cuarto oscuro de su casa con la idea de escribir un canon desplazado, intempestivo e inactual, disidente de los oficiales. Cada mañana, elige al azar uno de ellos, y saca a la luz un fragmento con destino al Canon, pero lo que desentraña su lectura influye en su vida y también en su escritura.
Las sospechas crecen en torno a si el narrador de Canon de cámara oscura es un androide, un Denver-7 infiltrado entre la gente corriente de Barcelona o si, por el contrario, utiliza el Canon para dar sentido a su vida ante el amor desorbitado que siente por su hija ausente.
Un Vila-Matas extremo que va más allá en su indagación sobre el sinsentido, el simulacro y la ficción como extrañas formas de vida, y también en su visión del arte literario como transmisión, colaboración y modificación de ideas ajenas. Una búsqueda, en definitiva, de un sentido último de la escritura, al tiempo que explora temas como el doble o la ausencia infinita que dejan aquellos a los que amamos, «la misma ausencia que Eurídice le dejó a Orfeo y de la que muchos creen que nació la escritura».
Catorce cuentos, entre los que están los más emblemáticos de Francisco Coloane, considerado en Europa como el Jack London de Sudamérica.
Clásico indiscutible de la literatura chilena del siglo XX,Cabo de Hornos, el primer libro de cuentos de Francisco Coloane, Premio Nacional de Literatura, da vida a personajes insólitos y singulares de la zona más austral de Chile: cazadores de lobos marinos, ovejeros, prófugos de la cárcel de Ushuaia y aventureros cuyos destinos están determinados por los inhóspitos paisajes del fin del mundo.
En una hermosa mansión en la Costa Azul, Cécile, una joven de diecisiete años, y su padre, Raymond, viudo y cuarentón, pero alegre, frívolo y seductor, amante de las relaciones amorosas breves y sin consecuencias, viven entregados a una vida fácil y placentera. Se bastan a sí mismos, inmersos en una relación basada en la complicidad y el respeto mutuo. El padre, Raymond, ha invitado a su actual novia, Elsa, y los días transcurren sin sobresaltos. Sin embargo, la visita inesperada de Anne, una mujer inteligente, culta y serena, viene a perturbar aquel delicioso desorden. A la sombra del pinar que rodea la casa y filtra el sol abrasador del verano, un juego cruel se prepara. ¿Cómo alejar la amenaza que se cierne sobre la extraña pero armónica relación de Cécile con su padre?
Un viejo profesor de filosofía con un pasado inconfesable y unas ataduras presentes no menos oscuras forma parte de un grupo de ancianos que representan una rebelión. ¿Es un instigador? ¿Es un mero observador? ¿Forma todo parte de un plan, o nada es lo que parece y al mismo tiempo todo es peor? Jordi Ibáñez construye una enigmática historia de espías al servicio de Rusia en la Barcelona actual, con sujetos que juegan peligrosamente a ser lo que no son, con charlas crepusculares entre viejos agentes atiborrados de alcohol y mala conciencia, con alguna que otra monja planteando preguntas difíciles, con jueces adormilados, y con ese viejo filósofo lúcido y avergonzado de su pasado poniéndose discretamente al servicio de una jovencísima muchacha caída del cielo. Este es un libro sobre las posibilidades que ofrece la vejez. El juego, el complot, la amistad, la conversación, el cuidado y los afectos liberados del deseo, la actuación ?los viejos actores, los saltimbanquis resistentes? tejen el complejo tapiz de voces y saberes que el autor ofrece sin esquivar la cuestión más decisiva de todas: que envejecer es una oportunidad para asomarse al fin a la sabiduría.
Durante su estancia en un país desconocido, Han Kang se ve abordada por una apremiante necesidad de escribir sobre el color blanco. Es su forma de dar sentido a una tragedia que la ha atormentado siempre: la prematura muerte de su hermana, a las pocas horas de nacer; alguien a quien no llegó a conocer y a quien parece haber sustituido. Invocar los recuerdos que la vinculan con el blanco será su forma de conversar con ella, de evocar su rostro, de sepultarla íntimamente en la escritura.