George Sand y Gustave Flaubert se vieron por primera vez el 30 de abril de 1857. Fue en el foyer del teatro del Odéon de París: un apretón de manos y, posiblemente, unas palabras corteses sellaron el encuentro. A ese encuentro siguieron, en septiembre del mismo año, unas páginas en el Courier de Paris que declaraban públicamente la admiración de Sand por Madame Bovary. Y muy poco más, en esos años: apenas un encuentro documentado, en 1859, en el cuarto piso del nº 2 de la rue Racine, vivienda parisina de Sand en ese tiempo. Hasta ese momento, cualquiera -y, para empezar, los dos protagonistas mismos- podría pensar que la relación entre ambos era de carácter literario, en cualquier caso social, cortés y nada personal o íntima. Tras leer las cartas que se intercambiarían en los trece años siguientes descubrimos que la realidad fue después casi la inversa: Sand y Flaubert casi nunca coincidieron en lo literario, pero sus sentimientos no dejaron de acercarlos.
A mediados del siglo XIX, cuando las nuevas clases emergentes ya empezaban a mudarse al norte de Manhattan, un rico y prestigioso medico neoyorquino se construye una casa en Washington Square. Es una "casa bonita, moderna", con terraza y porche de mármol. A ella se traslada a vivir en compañía de su hermana, una viuda romántica y sentimental, amiga de los secretos, y de su única hija Catherine, que a los veinticinco años no ha conseguido ser, según su padre, ni hermosa ni inteligente. A Catherine le corresponde, sin embargo, una herencia considerable, y cuando en su vida aparece un joven guapo y encantador, aunque sin oficio ni beneficio, el doctor no duda de que no puede sentirse atraído por ninguna cualidad de su hija que no sea el dinero.
En 1872 Carlos de Borbón y Austria-Este, llamado Carlos VII por sus adeptos, entró en España para ponerse al frente de las partidas sublevadas contra el rey Amadeo de Saboya, dando inicio a la tercera guerra carlista. Valle-Inclán, de familia carlista y durante muchos años defensor de "la Causa", dedicó a ella entre 1908 y 1910 tres novelas –Los cruzados de la Causa, El resplandor de la guerra y Gerifaltes de antaño– y dos relatos –Una tertulia de antaño y La corte de Estella– en los que volcó su simpatía por el campesinado y su visceral rechazo a la España surgida de la Restauración. Leído hoy, el ciclo de La guerra carlista, que aquí presentamos en una nueva edición a cargo de Ignacio Echevarría, permite establecer un hilo histórico que llega hasta la Guerra Civil y explicar la evolución de los nacionalismos vasco y catalán.
Lavretski, el heroe de esta novela, ha tenido una educación singular: su padre, un noble terrateniente que se fugó y casó con una sirvienta, y luego la dejó en Rusia para vivir "la vida alegre" de Europa, quiso hacer de el "no solo un hombre, sino un espartano". Ya mayor, y despues de una "boda por amor" y del correspondiente periplo europeo, vuelve a Rusia cabizbajo, separado de su mujer (que le engañaba) y expuesto al ridículo… pero con la firme convicción de emprender reformas y cuidar la tierra. Nido de nobles (1859) es una hermosa y melancólica novela sobre la persistencia del deseo, testimonio de una generación perdida en la Rusia del momento, una generación que solo podía levantarse "en medio de la oscuridad".
Respondiendo al espíritu enciclopédico y totalizante que caracteriza toda la escritura del marqués de Sade, en sintonía con el siglo al que pertenece, Aline y Valcour no solo pretende ser la novela filosófica, sino que se construye como una auténtica macronovela o compendio narrativo que abarca los principales géneros narrativos y registros de escritura del siglo XVIII: todo ello utilizando como soporte el género epistolar.
Esta novela corta de la escritora inglesa Vernon Lee está entre lo mejor de sus páginas de ficción, incluidas las dedicadas a la fantasía y lo sobrenatural por las que llegó a ser una autora muy reconocida. La trama, en la que todo rezuma ese mundo estético y artístico en el que vivió la propia Lee, describe con maestría y de forma ambiental el periplo de una joven, la señorita Flodden, a ojos de un extraño personaje, un atildado especialista en cerámicas –cuya voz es muy identificable con la de la propia autora–. Este, deslumbrado por ella, la anima a llevar una vida dedicada a su pasión por lo que ama, sin ataduras ni convenciones. Desde ese planteamiento Lee escribió un pionero y soberbio relato sobre el aprendizaje, el privilegio del arte, el amor, el desclasamiento y contra la frivolidad, los corsés sociales y cualquier tipo de claudicación femenina.