Desde muy niño encontré en la escritura una forma de ver mi realidad circundante de otra forma. Nunca olvidará que la primera Historia que “me inventé” resultó tan creíble que terminó teniendo que disculparme con los “personajes” (utilicé nombres de personas reales...tenía apenas unos 12 años...ahi aprendí que no solo tenía que “inventar” las historias, también tenía que “inventar” los nombres de mis personajes). Devorá con un hambre insaciable los libros de Juan Bosch, Garcia Márquez, Pablo Neruda y todo cuanto me llevara mi Padrino Juan Bautista (el hombre más instruido que he conocido, quien se convirtió en mi maestro). En esos mismos tiempos descubrí que tenía “alguito” de talento para la Poesía. Le escribía cartitas de amor a las chicas, las que les gustaban tanto a ellas como a mis amigos, que me convirtieron en su “redactor”: Ellos me decian sus sentimientos y yo los convertía en “Poemas”.
Esta tierra que recibió poetas y escritores como parte del proceso colonizador y además encontró espacios para la poesía oral en las culturas aborígenes y africanas, brindó un soporte inicial a lo que es hoy la República Dominicana. Por lo que se puede decir que los vientos poéticos han surcado estas tierras desde siempre.
Pero en rigor literario, la poesía dominicana nace después de la independencia con la presencia formal de escritores como José Joaquín Pérez, Salomé Ureña y Gastón Fernando Deligne, para mencionar a quienes, en el siglo xix junto a otros, crearon los cimientos líricos en que se sustenta nuestra poesía.
El siglo xx reafirmará este género con mayor fuerza, continuidad y madurez dentro de los géneros literarios que occidente acepta como tales.
El vedrinismo y el postumismo buscarán, cada uno desde su óptica, caminos en que sustentar la estructura textual que se presenta como innovadora y de ruptura. Los sorprendidos reaccionarán contra el nacionalismo literario postumista haciendo un llamado a juntar nuestra poesía con el hombre universal. Al mismo tiempo, varios poetas independientes completaron el momento más alto de nuestra historia literaria. Cada uno fortaleciendo senderos individuales hacia la excelencia.
Todos tenemos una historia que contar. En mi caso, ni
siquiera sabía que la mía existía, pero descubrí algo
esencial: nos salvan. Nos salva la cotidianidad, las
personas que vienen y van, la presencia, el aquí y ahora.
Para mí, el descubrimiento más profundo fue entender
que mi hogar era un refugio compartido con Él. Me salvó
comprender que soy mis propios brazos, mi refugio y mi
equipo. Me salvó el poder expresarme y narrar historias
de salvación donde Dios siempre estaba allí, llegando al
rescate. Cada día, el mayor relato de salvación se tejía en
mi vida, sin que supiera siquiera que tenía una historia
que contar. Las grandes historias, Su voz y el arte me
salvaron.
No busco que te conformes con mi experiencia; te
ofrezco un reflejo de cómo, si a mí me salvaron, tú
también puedes encontrar tu camino hacia la casita que
eres. Este libro no es un manual; es una exploración
personal que revela cómo las sombras de mi historia se
transformaron en luz y libertad, guiada por la mano de
Dios. Es una invitación a adentrarte en tu propia verdad, a
encontrar tu hogar interior y a descubrir cómo las
historias y el arte pueden ser un refugio profundo y
sanador. ¡Vamos a casa!
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