Esta tierra que recibió poetas y escritores como parte del proceso colonizador y además encontró espacios para la poesía oral en las culturas aborígenes y africanas, brindó un soporte inicial a lo que es hoy la República Dominicana. Por lo que se puede decir que los vientos poéticos han surcado estas tierras desde siempre.
Pero en rigor literario, la poesía dominicana nace después de la independencia con la presencia formal de escritores como José Joaquín Pérez, Salomé Ureña y Gastón Fernando Deligne, para mencionar a quienes, en el siglo xix junto a otros, crearon los cimientos líricos en que se sustenta nuestra poesía.
El siglo xx reafirmará este género con mayor fuerza, continuidad y madurez dentro de los géneros literarios que occidente acepta como tales.
El vedrinismo y el postumismo buscarán, cada uno desde su óptica, caminos en que sustentar la estructura textual que se presenta como innovadora y de ruptura. Los sorprendidos reaccionarán contra el nacionalismo literario postumista haciendo un llamado a juntar nuestra poesía con el hombre universal. Al mismo tiempo, varios poetas independientes completaron el momento más alto de nuestra historia literaria. Cada uno fortaleciendo senderos individuales hacia la excelencia.
Tras la muerte de su padre, el prestigioso empresario alemán Eric Zimmerman decide viajar a España para supervisar las delegaciones de la empresa Müller. En la oficina central de Madrid conoce a Judith, una joven ingeniosa y simpática de la que se encapricha de inmediato. Judith sucumbe a la atracción que el alemán ejerce sobre ella y acepta formar parte de sus juegos sexuales, repletos de fantasías y erotismo. Junto a él aprenderá que todos llevamos dentro un voyeur, y que las personas se dividen en sumisas y dominantes... Pero el tiempo pasa, la relación se intensifica y Eric empieza a temer que se descubra su secreto, algo que podría marcar el principio o el fin de la relación.
«La teoría de los archipiélagos viene a decir que todos somos islas, llegamos solos a este mundo y nos vamos exactamente igual, pero necesitamos tener otras islas alrededor para sentirnos felices en medio de ese mar que une tanto como separa. Yo siempre he pensado que sería una isla pequeñita, de esas en las que hay tres palmeras, una playa, dos rocas y poco más; me he sentido invisible durante gran parte de mi vida. Pero entonces apareciste tú, que sin duda serías una isla volcánica llena de grutas y flores. Y es la primera vez que me pregunto si dos islas pueden tocarse en la profundidad del océano, aunque nadie sea capaz de verlo. Si eso existe, si entre los corales y sedimentos y lo que sea que nos ancla en medio del mar hay un punto de unión, sin duda somos tú y yo. Y, si no es así, estamos tan cerca que estoy convencido de poder llegar nadando hasta ti».