En 1974, en Chile, una muchacha uruguaya es perseguida por las tropas de Pinochet. Dispuesta a todo, decide cruzar a pie la cordillera de los Andes. Está embarazada, pero aún no lo sabe. En el 2000, en Montevideo, un periodista descubre un casete sobre enterramientos clandestinos, y se entrevista con un joven nacido en 1974 que cree ser hijo de militantes desaparecidos durante la dictadura. Ambas narraciones confluyen en un punto común, desvelando los secretos de una historia inolvidable.
Édouard Louis se ha convertido en una de las plumas más temidas entre el poder establecido. Dotado de un estilo singular y una voz inconfundible, el nuevo enfant terrible de las letras galas ha transformado sus experiencias y sentimientos más íntimos en lacerantes historias de denuncia y catarsis, como su violación en vísperas de Navidades en Historia de la violencia o la tormentosa relación paternofilial en Quién mató a mi padre.
En Lucha y metamorfosis de una mujer, Louis prosigue su ambicioso proyecto autobiográfico, que en esta ocasión focaliza en la figura de su madre, una mujer «apartada de todo, sojuzgada e incluso a veces humillada por la violencia masculina, que a los cuarenta y cinco años se rebeló, huyó y, poco a poco, construyó su libertad».
Jamie Conklin, el único hijo de una madre soltera, solo quiere tener una infancia normal. Sin embargo, nació con una habilidad sobrenatural que su madre le insta a mantener en secreto y que le permite ver aquello que nadie puede y enterarse de lo que el resto del mundo ignora. Cuando una inspectora del Departamento de Policía de Nueva York le obliga a evitar el último atentado de un asesino que amenaza con seguir atacando incluso desde la tumba, Jamie no tardará en descubrir que el precio que debe pagar por su poder tal vez es demasiado alto.
Después es Stephen King en estado puro, una novela inquietante y emotiva sobre la inocencia perdida y las pruebas que hay que superar para diferenciar el bien del mal. Deudora del gran clásico del autor It (Eso), Después es un relato poderoso, terrorífico e inolvidable sobre la necesidad de plantarle cara a la maldad en todas sus formas.
La vida de Lydia da un vuelco cuando Freddie, su alma gemela y su pareja desde hace más de diez años, muere. Lydia sabe que Freddie habría querido que siguiera adelante y viviera al máximo, así que, con la ayuda de su mejor amigo, Jonah, y su hermana, Elle, decide abrirse de nuevo al mundo (y tal vez, al amor).
Pero entonces sucede algo increíble: Lydia tiene la oportunidad de volver atrás y seguir viviendo junto a Freddie. La elección parece sencilla, pero ¿qué pasa si en su nueva vida hay alguien que también la quiere a su lado?
Lydia deberá elegir entre dos vidas, entre dos amores; entre evadirse del dolor de la pérdida o acoger las nuevas oportunidades que le brinda el destino para volver a ser feliz.
Una tarde de mayo de 1982, Carol Dunlop y Julio Cortázar emprenden un viaje por la Autopista del Sur, de París a Marsella, embarcados en Fafner, la furgoneta Volkswagen roja transmutada en el mítico dragón wagneriano.
Desde el juego como último aliento de vida, Carol y Julio, la Osita y el Lobo, planean el viaje como si de una investigación científica se tratara. Navegantes de su tiempo, establecen un férreo reglamento que no deberán romper: no abandonar nunca la autopista y parar en dos áreas de descanso cada día. Toda la aventura quedará reflejada en un detallado cuaderno de bitácora donde registrarán no solo el itinerario, sino también la flora y la fauna fantásticas que van encontrándose a lo largo del camino, y las acechanzas y las amenazas más temibles: brujas, agentes secretos y ominosos camiones de procedencia ignota empeñados, inútilmente, en hacer fracasar tan azarosa empresa.
La realidad y los sueños se entrecruzan en esta «interminable fiesta de la vida», relatada con una prosa que oscila entre la comicidad y una ternura desgarradora, para concluir con la melancolía de la experiencia que se presiente única cuando llega a su término.
«Los Fusileros siempre éramos los primeros en desembarcar, porque, de hecho, siempre formábamos la vanguardia al avanzar y la retaguardia en las retiradas. Como los antiguos nativos de Kent, exigíamos por derecho el puesto de honor en el campo de batalla. [...] Ni el calor del ardiente sol, ni las largas millas, ni las pesadas mochilas, pudieron domeñar nuestro ardor.
[...] Era una visión gloriosa la de nuestras banderas desplegadas al viento en aquellos campos. Los soldados parecían invencibles: nada, pensaba yo, hubiese podido derrotarlos. Con decir que, nada más que en los Fusileros, contábamos con algunos de los hombres más duros que hubiesen luchado nunca bajo el sol ardiente en tierra enemiga. Pero viví para ver cómo las penalidades y la fatiga acababan con cientos de ellos antes de que hubiesen pasado unas pocas semanas.
[...] En la retirada de Salamanca recuerdo haber visto caer a muchos hombres. Entonces se trataba ya prácticamente de un "sálvese quien pueda". Aquellos cuyas fuerzas empezaban a fallarles no miraban ni a izquierda ni a derecha, sino que, con los ojos vidriosos, seguían adelante, tambaleándose, como buenamente podían.
[...] Tras la desastrosa retirada a La Coruña, los Fusileros habíamos quedado reducidos a una sombra enfermiza, si se me permite el término. Mi compañía, de cerca de un centenar de hombres, no contaba ya sino tres.»