Antes de que Jack Kerouac se convirtiera en la voz de una generación, La ciudad pequeña, la gran ciudad, su poderoso y conmovedor debut literario, ya capturaba el pulso vibrante de la América de posguerra. Inspirado por el duelo por la muerte de su padre, su infancia en Lowell y movido por la determinación de escribir la Gran Novela Americana, la historia sigue a la familia Martin, en especial a los hermanos Joe y Peter, en su trayecto desde una pequeña ciudad de Massachusetts hasta la bulliciosa Nueva York.
En este cruce de caminos entre lo rural y lo urbano, Kerouac captura la tensión, las esperanzas y las desilusiones de una juventud que busca su lugar en un mundo cambiante. Con una prosa lírica y evocadora, que recuerda a grandes novelistas estadounidenses como Thomas Wolfe, Kerouac traza un retrato íntimo y visceral de una América en plena transformación.
La ciudad pequeña, la gran ciudad no solo es el preludio de la revolución literaria que vendría con En el camino, sino también un testimonio de los primeros pasos de un autor que estaba destinado a romper moldes y a redefinir la narrativa contemporánea. Una obra imprescindible para entender el origen de la sensibilidad Beat y el despertar de una voz que cambió la literatura para siempre.
Se llamaba Sheindla-Sura Leibova Salomoshak-Bluwstein, aunque la historia la recuerda por su apodo: «Soñka, manos de oro». Había nacido en Varsovia en 1846, y a finales del siglo xix se convirtió en una leyenda por sus ingeniosas maneras de estafar. Ocupó las portadas de los diarios más leídos de la época: la llamaban «Diablo con falda», «La versión femenina de Robin Hood» o «La zarina del crimen». Engañaba y robaba a los hombres ricos en los hoteles de Odesa, Moscú y San Petersburgo, en las joyerías y en los trenes. La atraparon en 1888, y cumplió condena en la isla de Sajalín. Se decía que quien entraba allí jamás regresaba: así ocurriría con Soñka, que murió en prisión en 1902.
Pero antes hubo un juicio. Un juicio polémico y popularísimo en su tiempo, cuando Soñka —manos de oro— evocó la historia de su vida: una memoria bien diferente a aquella que la prensa había divulgado sobre ella.
Holly Golightly, la protagonista de Desayuno en Tiffany’s, es quizás el más seductor personaje creado por ese maestro de seducción que fue Truman Capote. Atractiva sin ser guapa, tras rechazar una carrera de actriz en Hollywood Holly se convierte en una estrella del Nueva York más sofisticado; bebiendo cócteles y rompiendo corazones, parece ganarse la vida pidiendo suelto para sus expediciones al tocador en los restaurantes y clubs de moda, y vive rodeada de tipos disparatados, desde un mafioso que cumple condena en Sing Sing al que visita semanalmente hasta un millonario caprichoso de afinidades nazis, pasando por un viejo barman secretamente enamorado de ella. Mezcla de picardía e inocencia, de astucia y autenticidad, Holly vive en la provisionalidad permanente, sin pasado, sin querer pertenecer a nada ni a nadie, sintiéndose desterrada en todas partes pese al glamour que la rodea y soñando siempre con ese paraíso que para ella es Tiffany’s, la famosa joyería neoyorquina.
Un conjunto de apuntes autobiográficos que abarcan la geografía escrita de su vida de 1942 a 1972. Lo más parecido a una autobiografía del autor.
Aunque Truman Capote no llegó a escribir su autobiografía, los textos que componen Los perros ladran son lo más parecido a ello de que disponemos. Constituyen, en palabras del autor, «un mapa en prosa, una geografía escrita de mi vida desde 1942 hasta 1972». Y es que, al principio de su carrera, Capote tuvo una existencia errante que le llevó por Italia, España, Tánger, Haití: sus apuntes sobre esos lugares, junto con sus impresiones de la Nueva Orleans y Nueva York de su infancia y adolescencia, bajo el rótulo Color local, dibujan, con pinceladas impregnadas de una peculiar poesía, una perspectiva poco conocida del autor. Por sus páginas desfilan personajes distinguidos, como André Gide, Cecil Beaton, Colette o Greta Garbo, y también otros anónimos, aunque igualmente antológicos.
Una pequeña fiesta llamada Eternidad habla de un mundo que se acaba, pero no todavía: del pasado que nos encauza hacia el futuro, de la noche —con su día— y de la revolución. En estos poemas se baila como bailan los cuerpos al sonar el amor y el deseo, las utopías y las decepciones, la rabia y la esperanza; también las ficciones que «nos ayudan a soportar la vida» frente a la misma vida que no sabemos si decir o no. De fondo se oyen los versos de Sylvia Plath, de Anne Sexton, acaso el golpe beat, tan altos y salvajes los de Carmen Ollé.
En esta celebración inagotable se ama y se promete todo, incluso la salvación. Desde la escritura, y desde el sexo, y desde la insurgencia: en Una pequeña fiesta llamada Eternidad hay fuego y purpurina. La primera persona se conjuga singular y se comprende plural, colectiva. Un libro en el que Gabriela Wiener se asoma hacia la eternidad que sigue a la derrota, y nos lo cuenta aún más personal, aún más político.
Gorbensdorf, Baja Silesia, 1913. El joven polaco Miecysław Wojnicz, estudiante de ingeniería, llega al sanatorio local en busca de aire puro y una cura para su tuberculosis. Se aloja en la pensión para caballeros de Wilhelm Opitz, donde coincide con otros enfermos de toda Europa. Por las tardes, entonados por el licor, los huéspedes conversan sobre lo divino y lo humano. ¿Habrá guerra en el continente? ¿Las mujeres nacen inferiores? ¿Existen los demonios? ¿Es preferible la monarquía o la democracia? Al leer un texto cuya autoría se desconoce, ¿puede deducirse si lo ha escrito un hombre o una mujer?
Maryse Condé, autora de Yo, Tituba, la bruja negra de Salem y de La Deseada, regresa a su isla natal de Guadalupe y a sus raíces en Victoire. La madre de mi madre, para narrarnos la fascinante vida de su abuela materna, Victoire Élodie Quidal, una cocinera que se convirtió en una figura legendaria de su época. Victoire, cuya piel era de una «blancura australiana» y cuya destreza culinaria fue codiciada por la élite, pasaba la mayor parte del tiempo encerrada en el templo de su cocina, que era como la propia Guadalupe: un crisol heterogéneo de razas y culturas en el que convivía la población negra, la mulata y los blanc pays que ejercían el poder en el archipiélago antillano. En este complejo cosmos dominado por la hegemonía francesa, una cocinera criolla que apenas podía pronunciar el nombre de sus platos en francés consiguió convertirse en una de las personalidades más importantes de la isla guiándose siempre por la profunda convicción que dirigía su existencia: ninguna labor es humilde si se aspira a la perfección.
Condé rastrea sus orígenes en una historia que fusiona con una sensibilidad exquisita memoria e imaginación. Tras sumergirse en su árbol genealógico, nos ofrece una de las historias más emotivas y cautivadoras de su trayectoria. Un testamento único y desgarrador de la vida en Guadalupe en el crepúsculo del siglo XIX.
Esta edición comentada e íntegra, a cargo de los escritores Fernando Iwasaki y Jorge Volpi, recoge los cuentos completos del universal Edgar Allan Poe, en una nueva traducción de Rafael Accorinti para acercar al autor a los lectores del siglo xxi. El volumen incluye nuevos prólogos de Mariana Enriquez y Patricia Esteban Erlés y comentarios para cada uno de los sesenta y siete cuentos firmados por las plumas más destacadas de la literatura breve en español. Las ilustraciones de Arturo Garrido, que consiguen traducir en imágenes las palabras del maestro, hacen de esta nueva edición una joya con múltiples lecturas, para poder seguir afirmando que sus cuentos siguen más vivos que nunca. ¡Larga vida a Poe!
Isaak Bábel nació en Odesa cuando esta era una ciudad con un importante gueto judío. Sus historias relatan la vida en este puerto en los últimos días del imperio ruso. Gánsteres, prostitutas, mendigos, contrabandistas aparecen en sus páginas: nadie escapa al agudo análisis de la pluma de Bábel. Desde los cuentos de la crueldad magnética de Benia Krik, infame jefe de la mafia y uno de los grandes antihéroes de la literatura rusa, hasta el devastador relato semiautobiográfico de un joven judío atrapado en un pogromo, esta colección de historias es considerada una de las grandes obras maestras de la literatura rusa del siglo xx.
En los albores de la imprenta, un francés llega, en 1458, al taller de Gutenberg, en Maguncia. Su nombre es Nicolas Jenson y lo envía el monarca galo para aprender el nuevo arte de la impresión mecánica con tipos móviles. De los breves años en los que se forma junto al maestro, se llevará consigo una técnica exquisita, un decálogo de mandamientos por los que regirse en el oficio y varios colegas de profesión con los que compartir el fervor por un invento que cambiará el mundo para siempre. En Venecia, por entonces capital de la edición, Jenson abre su propio taller y, junto a una serie de grabadores, tipógrafos, cajistas, impresores, todos ellos pioneros como él, sienta las bases de la edición moderna, estandariza la escritura, introduce mejoras técnicas y, sobre todo, avanza hacia una claridad tipográfica que aún hoy permanece vigente. En su lecho de muerte, rodeado de quienes lo acompañaron en esta aventura, Nicolas Jenson -el príncipe de la imprenta- recuerda una vida dedicada al arte tipográfico, desvelando las claves, las anécdotas y el ambiente que rodearon el desarrollo inicial de una revolución tecnológica apasionante.