«El administrador le entregó la correspondencia. Metió el resto en el saco y lo volvió a cerrar. El médico se dispuso a leer dos cartas personales. Pero antes de romper los sobres miró al coronel. Luego miró al administrador.
—¿Nada para el coronel?
El coronel sintió el terror. El administrador se echó el saco al hombro, bajó al andén y respondió sin volver la cabeza:
—El coronel no tiene quien le escriba.»
Breve obra maestra, esta desolada novela corta ha sido reconocida como el primer triunfo en la trayectoria narrativa de Gabriel García Márquez. Tocada apenas por la fantasía, la historia del coronel veterano de una guerra concluida quince años atrás, quien espera la pensión que habrá de sacarlo de la miseria junto a su esposa enferma, es un profundo canto de esperanzas perdidas que nos sumerge en la atmósfera opresiva de un tiempo ya ido, cuando América Latina emergía apenas a la modernidad entre los restos humeantes del siglo XIX.
Una mañana de 1899, Martin Pearce, un escritor, viajero y orientalista inglés, exhausto después de escapar de una banda de ladrones, llega a una pequeña ciudad costera de África Oriental. Allí, en esa población en ruinas al borde de la vida civilizada, se enamora de Rehana, y comienza una apasionada historia de amor que unirá dos culturas y que reverberará a lo largo de tres generaciones y a través de los continentes, desde el África colonial hasta el Londres de los años sesenta.
Una novela sobre las consecuencias del pasado, el poder combativo del amor y la fuerza salvadora de la literatura.
La Historia ha dejado una impronta indeleble en la familia que protagoniza esta saga: sus vidas accidentadas recorren más de cien años de la historia de Japón, desde la época colonial hasta la actualidad, pasando por la emigración a Estados Unidos y, sobre todo, la Segunda Guerra Mundial en el frente del Pacífico. Así, mientras un médico retirado debe afrontar las consecuencias morales de sus terribles actos en tiempos de guerra, una mujer revela en una entrevista un asesinato durante la dura Ocupación norteamericana, o un hombre en la edad adulta se entera de que no nació de sus padres japoneses, sino de un recluta coreano esclavizado para construir el búnker de guerra para el emperador nipón. Todos, en mayor o menor medida, se enfrentan a un legado de pérdidas, imperialismo y guerras.
Cuando se publicó El retrato de Dorian Gray, la crítica moralizante acusó a su protagonista de ser una figura satánica, corrompida y corruptora, sin comprender que era el héroe de una novela que reflejaba la fatalidad de los románticos: Oscar Wilde (1854-1900) había querido hacer de la belleza un refinamiento de la inteligencia; y para ello sumió a su protagonista en una atmósfera de perversión dominada por el arte y los poderes de un misterio que está más allá de la realidad. Pero el autor no se conforma con la simple descripción: incrusta a su personaje en un crimen y, como Edgar Allan Poe en sus relatos, lo rodea de un misterio que la razón no puede explicar. Dorian Gray sigue siendo, más de cien años después de la muerte de su autor, una piedra angular en los debates entre la ética y la estética, en las relaciones que mantienen el bien y el mal, el alma y el cuerpo, el arte y la vida.