Max Borges es un director de teatro barcelonés que conduce una pequeña y excéntrica compañía. El día del estreno de Macbeth, la obra de Shakespeare, Max está al borde del colapso. Todo parece que va a salir mal en la función que debería ser su salto a la fama más sublime: las brujas son demasiado bellas, al rey Duncan se le ha roto la corona y su Macbeth huele sospechosamente a whisky escocés…
Sin embargo, como suele recordarle su inteligente asistente de dirección, Elsa Soler, el espectáculo siempre debe continuar. Sorprendentemente, el duende del teatro parece haberles rociado con su suerte y la función es un éxito absoluto, tanto que son invitados a representar la obra en el Festival Fringe de Edimburgo, el más importante del mundo. La divertida compañía pone rumbo a una aventura en una ciudad llena de magia. Será allí donde, al caer el telón, el amor y la amistad se conviertan en los verdaderos protagonistas de esta historia.
La Segunda Guerra Mundial obliga a una joven princesa a marcharse a un lugar donde el amor cambiará su vida para siempre.
Londres, 1943. Las bombas caen sobre la ciudad y el rey y la reina deciden enviar a su hija menor a vivir en el campo con una familia de confianza. Tercera en la línea de sucesión al trono, la princesa Charlotte, de diecisiete años, acepta a regañadientes usar un nombre falso a su llegada a Yorkshire.
Pronto, Charlotte empieza a disfrutar de su nueva libertad y de su pasión por los caballos, y comienza a sentirse atraída por el hijo de sus protectores. Este romance prohibido da un giro trágico cuyo fruto es una niña que se queda huérfana y cuyo linaje nadie conoce. Sin embargo, todo cambia cuando unas cartas salen a la luz y, de un secreto guardado durante casi dos décadas, emerge una princesa perdida.
Una historia inolvidable sobre familia, realeza, una mujer extraordinaria que descubre su legado y el hombre que la devuelve al lugar que le corresponde.
Obstinada, rebelde, irreverente, incontrolable. Esos eran algunos de los adjetivos con los que, Andrew Greenwood, el estricto y comedido conde de Hardwick definía a Marian Miller, o «Demonio Miller», como solían llamarla.
Andrew había tenido que asumir la responsabilidad de su título y su familia demasiado pronto y no permitiría que nada ni nadie se interpusiera en su camino hacia la rectitud. Ni siquiera los sentimientos irrefrenables que esa muchacha indisciplinada le provocaba.
Marian sabía lo que significaba perder todo lo que amaba siendo una niña y lo único que ansiaba era librarse del yugo de su avaricioso tutor, asumiendo que valerse por sí misma era la única manera de estar a salvo del dolor que provocaba la pérdida.
Pero todo se complica cuando Andrew y Marian descubren que el amor y la atracción que los une son casi tan potentes como la animadversión que los separa.