Greg, un joven muy peculiar, verá cómo su vida cambia cuando su madre le obliga a visitar a una chica con leucemia.
Según Greg Gaines, el secreto para salir airoso del instituto es no ser amigo de nadie pero llevarse bien con todos. Su lema es «sin amigos no hay enemigos». Solo tiene a Earl, con quien se dedica a grabar versiones terribles de sus películas favoritas.
Hasta que vuelve a ver a Rachel.
Rachel tiene leucemia, y a la madre de Greg se le ocurre la brillante idea de obligar a su hijo a que sea su amigo. Greg tiene claro que esto no va a ser una de esas típicas historias de amor entre una chica en estado terminal y un chico que de repente se enamora de ella. Pero, de todos modos, hay algo especial entre Greg, Rachel y Earl...
Cuando Rachel decida dejar su tratamiento, Earl y Greg le harán un homenaje: grabarán para ella La Peor Película de la Historia. Y Greg tendrá que dejar la seguridad de su anonimato para darle a Rachel justo el final que su historia necesita.
Una brillante y devastadora novela sobre las múltiples realidades que habitamos mientras las guerras se extienden a nuestro alrededor
August Brill tiene setenta y dos años y se está recuperando en la casa de su hija, en Vermont, tras sufrir un accidente de coche. No puede dormir y, acostado sobre la cama en la negrura de la noche, inventa historias para rehuir acontecimientos del pasado que preferiría olvidar, como la reciente muerte de su esposa y el horroroso asesinato del novio de su nieta, Titus. En una de esas historias, el jubilado crítico de libros imagina un mundo paralelo en el que Estados Unidos no está en guerra con Irak sino contra ellos mismos. En esta otra América, las torres gemelas no cayeron, los resultados de las elecciones del 2000 llevaron a la secesión y se produjo una sangrienta guerra civil. A medida que avanza la noche, la historia de Brill se vuelve cada vez más intensa, y aquello que no estaba intentando evitar recordar insiste en ser narrado.
Desde mediados del siglo XX, la esperanza de vida ha aumentado en occidente de veinte a treinta años, lo que equivale a toda una existencia en el siglo XVII. Así pues, al
llegar a los cincuenta años, experimentamos una suerte de suspensión entre la madurez y la vejez, un intervalo en el que la brevedad de la vida realmente comienza, mientras
nos planteamos las grandes cuestiones de nuestra condición.
¿Queremos vivir mucho o intensamente? ¿Preferimos reinventarnos o consolidar nuestra identidad? ¿Cómo vamos a convivir con las grandes alegrías al tiempo que sobrevienen los grandes dolores? En esta obra ambiciosa e imprescindible, Pascal Bruckner nos propone una filosofía de la longevidad fundada en la determinación, a fin de disfrutar al máximo la vida que hemos ganado.