Ven a mí, emperatriz...
Selene Bowers tiene veinte años y está desesperada por que la acepten en el Aquelarre del Beleño Negro, una academia para jóvenes brujas. Como uno de los requisitos para entrar es conectar con sus poderes a través de una búsqueda mágica en la naturaleza, Selene reserva un viaje a América del Sur. Cuando una perversa fuerza sobrenatural intenta que su avión caiga al suelo, la magia de Selene se despierta para salvarle la vida... cueste lo que cueste. Pues sus poderes consumen sus recuerdos, uno a uno.
Pero lo peor sucede cuando Selene se atreve a adentrarse en la jungla, descubre la fuente del ataque y acaba despertando a un antiguo mal, Memnon el Maldito, quien confunde a Selene con su esposa fallecida hace mucho. La misma esposa que lo traicionó. Selene consigue escapar y empieza sus estudios en el Beleño Negro, pero cuando Memnon se presenta en el aquelarre y se empiezan a aparecer brujas muertas por el campus, Selene acaba enredada en una peligrosa trama.
El verano antes de empezar su segundo curso en Hogwarts no ha podido ser más caótico para Harry. Primero pasa el peor cumpleaños de su vida, después le visita de un elfo doméstico llamado Dobby con un montón de advertencias extrañas, y luego su amigo Ron lo rescata de casa de los Dursley con un coche volador. Una vez en la escuela, Harry oye unos misteriosos susurros que resuenan por los pasillos vacíos. Entonces empiezan los ataques y varios alumnos aparecen petrificados... Por lo visto, las siniestras predicciones de Dobby se están cumpliendo...
La delicadeza de un legado de amor para los niños vibra como una cuerda de universo en este libro verde, maravilloso y verde como un prado, como la oruga leve que se despierta mariposa, o la hojilla traslúcida que da refugio a un hada. Bellezas de la mente, que se esparcen como el mágico polvo de las ninfas espolean nuestra imaginación y nos invitan a conocer a Lucas, a Estela y Elimar; a vislumbrar los fantásticos dones que nos ha regalado el Creador, y a saborear, cual si fuesen provisiones de invierno, la felicidad que solo puede producir la lectura. ¡Vengan, pequeños, a este asombroso mundo soñado para ustedes! ¡Conozcan a sus nuevos amigos! ¡Sean felices!
Rafael J. Rodríguez Pérez