¿Qué recorrido ha hecho la amistad desde el mundo antiguo hasta hoy? ¿Ha cambiado la Red de manera esencial el modo en el que nos relacionamos con nuestros amigos y enemigos? Uno de los autores clásicos que más ahondó en esta cuestión fue Plutarco, en tres de sus textos fundamentales nos enseñó a extraerle todo el jugo a este vínculo afectivo, a consolar, a protegernos de pelmas y de aprovechados, a ganar buenas compañías y a conservarlas... En definitiva, a volvernos maestros de esta clase de relaciones. Muchas de estas lecciones siguen vigentes, pero los tiempos
han cambiado. Internet ha supuesto una revolución
de los lazos humanos. Gonzalo Torné, con un ojo puesto en la obra de Plutarco, nos cuenta cómo las redes sociales y la mensajería instantánea nos han procurado nuevas maneras de prometer, de traicionar, de hacernos cargo; en definitiva, de vivir.
Platón enseñaba paseando y su Academia se hallaba en un bosque sagrado. Aristóteles daba sus charlas en un parque y su escuela, el Liceo, recibía ese nombre por su sombreada arboleda. Los romanos cultos acudían a los jardines para conversar y estudiar. Los jardines pueden consolar, calmar y elevar el ánimo, pero también pueden desconcertar y provocar, y este es el valor filosófico que se ha perpetuado hasta la era contemporánea.
Esta fascinante obra explora la relación íntima de grandes figuras históricas -entre otros, Proust, Rousseau, Orwell o Dickinson- con plantas, árboles y flores que tanto amaban (y en ocasiones tanto detestaban) y revela los profundos pensamientos que se llevaron a cabo al aire libre. Jane Austen buscaba el consuelo de la perfección entre el filadelfo y la peonia de su casita de campo. Los manzanos helados de Leonard Woolf le sugerían justo lo contrario: un atisbo de la precaria brutalidad del mundo. La escandalosa autora francesa Colette descubrió la paz contemplativa en las rosas. Años más tarde, Jean-Paul Sartre describía la náusea provocada por un castaño: un grito existencialista que congregó a una generación.
Los jardines son una manifestación de la naturaleza al tiempo que la metáfora de la naturaleza humana, de allí su esencia filosófica y la belleza de este libro.
“¿Por qué es imposible que los filósofos de hoy en día no puedan escribir, al menos en parte, como hablan? ¿Son necesarias estas palabras tan terriblemente artificiales? ¿No se puede decir lo mismo de una forma más natural y humana? ¿Debe ser insoportable un libro para que sea de filosofía?”.
Siguiendo la estela de estas palabras que Friedrich W. J. Shelling dejó escritas hace más de doscientos años, Günther Anders centró buena parte de su obra en la reflexión sobre el lenguaje y el estilo filosóficos. Su búsqueda de un tono directo, lo menos “deformado” posible, que beba del mismo lenguaje cotidiano sin que por ello pierda precisión y claridad, lo opuso a la forma estilísticamente esotérica habitual dentro de su propio gremio: “Porque no hay ningún grupo que escriba en bloque de forma tan deplorable como ellos, y su tono de mezcla de cátedra sagrada, de mística y olor a moho, de exaltación y cuero es apenas soportable al oído del amante de la verdad”.
De todo ello trata, con ironía y a veces con amargura, pero con implacable lucidez, el texto que aquí presentamos, “Sobre el esoterismo del lenguaje filosófico”, hasta la fecha la única versión completa y corregida que existe en castellano.
El amor, fenómeno siempre difícil de encuadrar, es el auténtico protagonista de la reflexión de muchos autores de la Edad Media. Además de ser el punto de partida para conocer sin error, constituye el único medio para relacionarse de forma auténtica y segura con los otros y con el Otro.
Para Guillermo, la vivencia del amor desborda los límites de la razón común, que por sí sola no logra acceder a los misterios que fundan, sostienen y explican la realidad. Por esto, la insuficiencia de los sentidos corporales reclama esos otros que son interiores y espirituales, a través de los cuales se puede alcanzar la sabiduría, realizar la justicia y contemplar la belleza de todo lo que existe. La lógica humana no es, pues, la autosuficiencia, que enclaustra en uno mismo, sino el don que procede de fuera y que, al acogerlo, permite participar de Dios, amor derramado por el Espíritu en los corazones de los hombres según el modelo del Hijo.
El amor tiene así una profunda densidad antropológica, pero también epistemológica e incluso ontológica. El sensus amoris de la tradición monástica se revela como la vía decisiva para adentrarse en la íntima verdad del hombre, de Dios y de las cosas. De esta tradición nutre Guillermo su pensamiento y lo eleva hasta las más altas cumbres de la filosofía medieval.
La crítica del arte parece inseparable de los dictados del capitalismo y de la industria cultural. Todos los pretendidos o genuinos críticos de arte, que deberían buscar el debate y el fomento de la reflexión, se ven atados de pies y manos –a veces de manera más que voluntaria– a las exigencias del mercado si quieren mantener, e incluso promocionar, su estatus social y laboral. A la larga, no solo se desprestigia el arte y la propia crítica, sino que resulta imposible el fomento de la producción cultural y la formación o el disfrute del público. En esta coyuntura se presenta el dilema: ¿debería el crítico plegarse a las dinámicas económicas o convertirse en un kamikaze cultural condenado poco a poco al ostracismo?
Entre 1885 y 1886 Nietzsche ofrecía dos títulos que condensaban su ideología principal, de manera muy distinta. Si Así habló Zaratustra expresaba su mensaje intelectual de forma poética y enigmática, Más allá del bien y del mal aparecía, en cambio, como discurso directo y perfectamente estructurado. La denuncia a la vacuidad del pensamiento general, acrítico y sujeto a la moral judeocristiana, emerge entonces en toda su crudeza, para animarnos a superarlo. Debemos situarnos por encima de él, «más allá del bien y del mal», esa debería ser nuestra «condición de vida».