La casa es el acontecimiento moral por excelencia. Antes de ser un artefacto arquitectónico es un artefacto psíquico que nos hace vivir mejor de lo que la naturaleza nos permitiría. Es el esfuerzo por adaptarnos a nuestro entorno y viceversa, una forma de domesticación mutua entre las cosas y las personas. Es la prolongación de lo que empezamos a hacer cuando nacemos: construir una intimidad con cuanto nos rodea. Por eso coincide con el «yo», y nos muestra que para decir «yo» necesitamos a los otros.
A partir de su experiencia en las treinta mudanzas que ha realizado a lo largo de su vida, el autor combina distintas disciplinas para analizar temas aparentemente cotidianos, como la configuración de la cocina, las camas, los pasillos e incluso los cuartos de baño, pero que, sin embargo, constituyen el telón de fondo de cuestiones fundamentales como la crianza, el sexo o los cuidados. Un heteróclito conjunto de conocimientos e historias que, con un brillante y muy personal estilo, nos orientan, en definitiva, hacia cómo ser felices, aquí y ahora, junto a los demás
En Historia natural Andrea Barrett nos muestra su enorme talento para la ficción basada en grandes temas científicos.
Contadas con la elegancia característica de Barrett, su pasión por la ciencia y su maravilloso ojo para el mundo natural, las historias psicológicamente astutas y conmovedoras reunidas en esta colección evocan las formas en que las vidas y expectativas de las mujeres (en las familias, en el trabajo y en el amor) han cambiado a lo largo de más de un siglo. Vinculados entre sí, estos cuentos revelan con brillantez cómo los acontecimientos más pequeños del pasado pueden tener grandes repercusiones a través de las generaciones, y cuán potente, maravillosa y extraña puede ser la relación entre la historia y la memoria.
En la Dinamarca del siglo XIX, Kierkegaard interpela a sus contemporáneos con preguntas de plena actualidad y de enorme atractivo para nuestra sociedad secularizada: ¿sigue existiendo el cristianismo? ¿Hay alguien que viva de un modo coherente su fe? La obra del filósofo danés es un bosque denso, y Fazio ofrece aquí una guía y un marco biográfico que ayude a acceder al corazón de su pensamiento.
Las ideas artísticas de Ayn Rand que completan su sistema filosófico
En su filosofía moral, Ayn Rand ensalza la virtud del egoísmo, y en su concepción del arte no es menos radical. Este libro contiene su original y audaz teoría estética, que estipula los principios indispensables para juzgar una obra de arte de manera objetiva.
Rand sostiene que esos estándares objetivos son posibles porque el arte es una necesidad fundamental de la vida y tiene una función esencial como expresión condensada de la mente racional del ser humano. Las manifestaciones artísticas materializan los conceptos abstractos a través de recreaciones estilizadas de la realidad, que proyectan la visión del artista sobre la naturaleza humana y concretan las representaciones filosóficas de las distintas culturas.
Abriéndose paso entre la confusa niebla de misticismo y sentimentalismo que suele envolver a la experiencia artística y a los juicios estéticos, Rand ofrece una definición precisa del arte.
Desarrolla, además, una crítica devastadora del naturalismo y el modernismo, concibiendo el arte contemporáneo como testimonio de la corrupción del estado intelectual de nuestra cultura. Su argumentación permite entender mejor la obra literaria de la propia autora, más afín al romanticismo y orientada a ofrecer un retrato del hombre ideal.
Publicada por primera vez en 1969, El manifiesto romántico es una de las obras más desconocidas del canon randiano, pese a ser uno de sus ensayos más sólidos y coherentes, y que nos permite entender por qué hemos ingeniado y consumido obras de arte desde tiempos inmemoriales, alegando que la creación debería tener el horizonte de elevar el espíritu humano.
Una reflexión sobre cómo lo digital transforma nuestras vidas y nuestra relación con la lectura.
Somos ya seres digitales. Hemos pasado de la galaxia Gutenberg de McLuhan a la galaxia digital. ¿Cómo afecta a nuestra percepción de la realidad? ¿Qué derivas políticas suscita esta revolución tecnológica? ¿Cómo influye en el ejercicio del periodismo? ¿Cuál es el papel del libro y la lectura en esta nueva era? Juan Villoro responde a estas y otras preguntas en un ensayo que huye del academicismo y combina las pinceladas autobiográficas con la reflexión y la prospección especulativa.
Por estas páginas asoman los dispositivos móviles, las selfies y Twitter (ahora X), el control mediante el reconocimiento facial, internet y las mentiras virales, la lectura en red y la transformación del modo en que circula la información… Un nuevo contexto tecnológico que conduce a la «desaparición de la realidad». El libro explora las pistas anticipatorias en los países tecnológicamente más avanzados, como Japón o Corea del Sur; las profecías contenidas en la literatura visionaria de Bradbury y las viejas polémicas —ya presentes en Rousseau y Diderot— sobre realidad y representación, que vuelven a adquirir vigencia.
¿Hacia dónde nos dirigimos como ciudadanos y como lectores? Dice el autor: «Pasamos página gracias al siglo XII, leemos textos impresos gracias al XV, damos un clic gracias al XXI. La lógica de esa aventura depende de la manera de leer. […] Las tradiciones que perduran no son las que se aferran al pasado, sino las que no olvidan su futuro».
Atravesamos una crisis del humanismo. El término está casi obsoleto. Su dificultad para respirar no proviene de discursos despectivos hacia el hombre, no nos equivoquemos. Es a través de la compasión como este nuevo humanismo, vaciado ya de sustancia, se extiende como un cáncer. Al querer ser mejor humano, sólo humano, demasiado humano, el hombre moderno genera quimeras. El nuevo hombre soñado por los regímenes fascistas o soviéticos era un anticipo del hombre aumentado con el que sueñan los transhumanistas; de la misma manera, el Untermensch (infrahumano, como llamaban los nazis a los no arios) encuentra hoy sus avatares en una muchedumbre que no se ajusta al proyecto deseado para la humanidad. La tentación de definir al hombre a partir de sí mismo lo relega a esa condición inferior. Sólo una imagen del hombre que lo salva impide esta división idólatra ¿Por qué?