Un estudio sobre la memoria de la guerra civil a través de los monumentos a los caídos.
El franquismo nunca quiso olvidar la guerra civil y, desde el inicio de la dictadura, ese recuerdo se concretó en miles de monumentos erigidos en pueblos y ciudades de todo el país. Bajo el control de las autoridades, el mito de los «caídos por Dios y por España» fijó la dicotomía entre los buenos y los malos españoles, sometió y unificó la memoria a unos fines políticos partidistas y nacionalizadores, enalteció y legitimó al dictador, determinó el espacio público e incluso los materiales a utilizar, y estableció en el mausoleo del Cuelgamuros su ideal estético, político e ideológico. A través de una ingente y diversa documentación, el historiador Miguel Ángel del Arco Blanco reconstruye tanto la historia concreta de aquellos monumentos diseminados por toda la geografía, como su papel en la propagandística y manipuladora memoria franquista sobre la guerra civil, cuyos vestigios –físicos e ideológicos— han condicionado el relato, el recuerdo y el paisaje de la historia contemporánea de España.
La historia de dos alpinistas que trabajaban para la gloria del régimen soviético y fueron víctimas de las purgas stalinistas.
Esta es la historia nunca antes contada de los hermanos Abalákov, dos alpinistas que trabajaban para la gloria del régimen soviético y que fueron víctimas de las purgas stalinistas.
Vitali y Yevgueni eran dos huérfanos siberianos que disfrutaban de la escalada antes de hacerse alpinistas expertos. Realizaron muchas expediciones entre el Cáucaso y Asia Central que culminaron en los años 30 con sus subidas a los impresionantes picos de Stalin y Lenin. En una cultura en la que el alpinismo estaba dictado por la ideología de un nuevo mundo, a través de la conquista de nuevos territorios y la guerra, Vitali Abalákov todavía fue víctima del Gran Terror y las purgas de 1938. Finalmente fue liberado. A pesar de haber perdido varios dedos en una tormenta de nieve a gran altitud, volvió al alpinismo y consiguió otra vez, dirigiéndose Spartak, retornar al más alto nivel. Su hermano Yevgueni murió en 1948 cuando se disponía a subir al Everest.
Uno se imagina los últimos momentos de los monarcas envueltos en la misma pompa y circunstancia que los rodearon en vida, sin perder un ápice de su majestad en el trance definitivo. Con serenidad, solemnidad y en silencio. Pero las excepciones a ese lienzo ritual y ceremonioso no son pocas. Están, de un lado, los que murieron en el campo de batalla, como el aragonés Pedro II, que falleció combatiendo a los cruzados de Simón de Monfort en Muret (1213), mientras defendía a sus súbditos de Occitania. Y son mucho más abundantes los que perdieron la vida en circunstancias extrañas o rocambolescas, que han propiciado toda suerte de teorías y especulaciones. En este ameno libro el historiador Manuel García Parody, con el rigor que caracteriza su ya extensa trayectoria, aborda algunas de esas muertes regias exentas de la solemnidad y de la heroicidad que se les presupone.
El 10 julio de 1596, Francisco de Mendoza, almirante de Aragón, dejaba Gante para dirigirse a la corte del Sacro Imperio, entonces asentada en Praga. Lo hacía siguiendo las instrucciones del rey Felipe II y del archiduque Alberto de Austria, nuevo gobernador de Flandes, de quien era mayordomo mayor. Su cometido consistía en presentarse ante el emperador Rodolfo II y otras destacadas personalidades, para comunicarles formalmente la toma de posesión de estos territorios por parte del archiduque; aunque a las iniciales visitas de cortesía se irían sumando otros objetivos de gran relevancia política. Esta embajada diplomática se encuentra recogida en un manuscrito inédito –cuyo autor fue con toda probabilidad el propio Francisco de Mendoza– que ahora presentamos al lector. Redactado a modo de diario de viaje y sembrado de reflexiones personales del protagonista, nos sumerge en la Europa de finales del siglo XVI.
La recuperación de las crónicas y reportajes que desde la España de la década de 1930 enviaba a la prensa neoyorquina la joven judía, mexicana y estadounidense Anita Brenner completa el perfil de una autora sorprendente de la Revolución Mexicana, con esta etapa española que pocos le suponían, y devuelve a la nómina de los corresponsales extranjeros en la España de la Segunda República y la Guerra Civil una de sus muestras más singulares y penetrantes. Traducidas por primera vez, con material de archivo, despachos originales y declaraciones inéditas de Azaña, Indalecio Prieto, Largo Caballero o Gil-Robles entre otros protagonistas. Las crónicas de una corresponsal que nunca quiso ser extranjera y a la que no interesaron las trincheras de la guerra sino las barricadas de la revolución española.
Wyatt Earp y Bat Masterson aparecen en una gran cantidad de libros y películas. La mayoría de los libros son básicamente ficción, incluidos aquellos que no se publicaron como tales. Contienen exageraciones, adornos, rumores y falsedades puras y duras. Lo mismo sucede con los intentos por llevarlo a la pantalla que se inician en 1932, cuando Walter Huston interpreta un papel basado en Wyatt Earp en la película“Law and Order”. El reto para un escritor hoy en día es filtrar todo lo que se ha publicado sobre ellos hasta el momento, determinar las fuentes más fiables y, posteriormente, componer un relato de cómo sus historias se cruzaron en los años setenta del siglo XIX en Dodge City, ciudad en la que se hicieron amigos para toda la vida y en la que coincidieron con todo ese grupo de inimitables personajes con los que comparten buena parte de sus andanzas.