A menudo África ha sido descrita de forma simplista como una tierra uniforme de hambrunas y safaris, pobreza y luchas, despojada de todo matiz. En este libro audaz y perspicaz, Dipo Faloyin ofrece un correctivo muy necesario, tejiendo un vibrante tapiz de historias que dan vida a la rica diversidad, comunidades e historias de África. Comenzando con una descripción envolvente de la animada y compleja vida urbana de Lagos, Faloyin desentierra verdades sorprendentes sobre la herencia colonial de muchos países africanos y cuenta la historia de las luchas del continente con la democracia a través de siete dictaduras. Con mordacidad, aborda el fenómeno del complejo del salvador blanco y saca a la luz los daños causados por las campañas benéficas de las últimas décadas, revisando hitos culturales como la película KONY 2012.
Publicada por primera vez hace más de medio siglo, esta biografía se ha consolidado como el relato de referencia sobre la vida y las enseñanzas de San Agustín. Es, a su vez, uno de los trabajos más significativos del gran investigador de la Antigüedad tardía Peter Brown, cuya influencia ha marcado a varias generaciones de historiadores.
Si la edición de 1967 de Agustín de Hipona supuso un acontecimiento, el descubrimiento de nuevas cartas y sermones inéditos entre los años setenta y noventa hicieron de la reedición de 1999, que aquí recuperamos, un ejemplo fascinante de cómo el paso de los años afecta (o no) el trabajo historiográfico. Una pasión tanto personal como académica impregnan este aclamado retrato del obispo de Hipona, que hoy adquiere una nueva dimensión debido a su elección como guía espiritual por parte de la nueva derecha internacional liderada por Donald Trump, y tras el nombramiento del primer papa de la Orden de San Agustín, León XIV, en la Iglesia católica.
Al día siguiente de la conquista, terminó el aislamiento en América, germinó una nueva civilización y comenzó la fusión entre dos mundos que hasta entonces lo desconocían todo el uno del otro. Castellanos, tlaxcaltecas y texcocanos comenzaron a construir la hispanidad: pueblo mestizo, cristiano y humanista, mágico y místico que dio la vuelta al mundo y engendró la primera globalización, una cultura que dejó un continente sembrado de vestigios de grandeza.
Juan Miguel Zunzunegui, hispanista superventas en México y brillante conferenciante, firma su primera obra en España para contar sin odios ni rabia lo que verdaderamente ocurrió en América. Una historia que desmiente la Leyenda Negra, pero que tampoco teme señalar las faltas cometidas. Esta es la historia de cuando juntos fuimos imperio.
«Qué hermosa civilización construimos, pero que terrible historia nos contamos. Qué grandeza llegamos a crear, pero dejamos que las narrativas de conquista nos impidan ver las maravillas que están frente a nuestros ojos».
En 1932, la música, como las demás disciplinas artísticas, fue reducida a una única doctrina: la del realismo socialista. La finalidad del arte era servir al Estado. Los músicos tuvieron que someterse a la línea ideológica del partido. Algunos la sortearon como pudieron; otros, sin embargo, no se doblegaron, y sus obras fueron prohibidas, sus conciertos cancelados y ellos relegados al olvido. Eso sucedía en el mejor de los casos, porque en el peor se los destinaba a campos de trabajo en Siberia o simplemente eran ejecutados. Músicos de la altura de Dmitri Shostakóvich y Serguéi Prokófiev e intérpretes de fama internacional como Mstislav Rostropóvich, Sviatoslav Richter, David Oistrakh, Leonid Kogan y Mariya Yúdina fueron capaces de crear melodías sublimes en las circunstancias más hostiles y oscuras. Pero esa política represora no sólo se circunscribió a la música clásica. La Asociación Rusa de Músicos Proletarios (RAPM) se ocupó también de la música ligera. Era conocida la afición de Stalin por ese tipo de música, así que, en consecuencia, la represión fue menor que en la música y la literatura clásicas. Pero, con todo y con eso, los intérpretes no podían bajar la guardia.
Año 1803. Domingo Badía Leblich, un ilustrado catalán con una mente brillante y un espíritu aventurero, recibe una misión secreta del gobierno español. Con el respaldo del poderoso Manuel Godoy y el rey Carlos IV, adopta la identidad de un príncipe musulmán, Alí Bey el Abbassí, y parte rumbo al norte de África con un doble propósito: estudiar el mundo islámico y recabar información clave para la Corona. Desde las bulliciosas calles de Tánger hasta los suntuosos palacios de Fez y Marrakech, Alí Bey es acogido como un noble extranjero, un sabio versado en la cultura islámica. Sin embargo, tras los banquetes y las recepciones diplomáticas, se esconde una peligrosa red de alianzas, espionaje y traiciones. Sus informes detallan las fuerzas militares del sultán de Marruecos, la influencia francesa y británica en la región y la posibilidad de que España recupere su poder en tierras africanas. Pero su audaz empresa no se detiene allí. Su viaje lo lleva a cruzar el Mediterráneo, adentrándose en los dominios otomanos. En Egipto, Palestina, Damasco y Constantinopla, debe sortear la vigilancia de espías enemigos, la desconfianza de los ulemas y los peligros de su propia identidad secreta. Su mayor hazaña, sin embargo, será su llegada a la ciudad santa de La Meca, un territorio prohibido para los no musulmanes.
De Tácito no sabemos muchos datos biográficos importantes, más allá de algunos de los cargos políticos que ocupó en la administración imperial. Desconocemos fechas y lugares exactos de nacimiento y muerte e incluso se duda sobre su praenomen. Sin embargo, no hay prácticamente ninguna duda de que es uno de los historiadores fundamentales de la literatura latina, gracias sobre todo a dos obras que repasan la época imperial desde la muerte de Augusto: Anales e Historias. Este primer volumen de Anales es el relato, «año a año», del período que va del 14 al 37 d. C., es decir, desde la muerte de Augusto hasta la muerte de Tiberio. La crónica del reinado del emperador Tiberio adquiere en la pluma de Tácito una solemnidad trágica en la que brillan su estilo moderno y meditativo, además de sus célebres sentencias lapidarias.