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MUJERES VIAJERAS

En la Antigüedad, mientras los hombres se lanzaban a empresas de exploración y conquista, las mujeres permanecían inmóviles en su hogar. El Medioevo les otorgó una forma de viaje permitido: la peregrinación a los Santos Lugares. Durante el Renacimiento, artistas e intelectuales humanistas viajaron a Italia para tomar contacto con la cultura clásica, anunciando los Grand Tour, las giras educativas por Europa que en el siglo XVIII realizarían los jóvenes aristócratas británicos. Esos itinerarios estaban reservados a los varones, por entonces las mujeres sólo podían desplazarse como acompañantes de sus maridos. Aun desde ese lugar, el viaje les abrió nuevos horizontes. Dejaron de ser espectadoras pasivas de los desplazamientos de otros para convertirse en observadoras de nuevas dimensiones espaciales y emocionales, e incluso en narradoras que exploraban la propia subjetividad: su mirada curiosa empezó a transformarse en literatura de viaje, un género en el que se amalgamaba el propósito testimonial con el registro privado, íntimo, de la autobiografía, el diario o las cartas que reponían la experiencia personal. El momento de cambio en el siglo XIX vino con la descolonización y la creación de nuevos estados, en coincidencia con el surgimiento del feminismo. Las mujeres ya no escribieron recluidas en sus casas o en los conventos, y durante el avance hacia la emancipación civil y política que alcanzarían en la centuria siguiente, reseñar sus viajes fue una manera de apropiarse de ciertos derechos exclusivos de los varones. Accedieron así a la escritura como profesión y, en consecuencia, a la esfera pública. Estas escritoras proyectaron en sus narraciones la imagen que tenían de sí mismas. Como nos muestran las protagonistas de este libro, en cada caso las motivaciones personales enmarcan el relato. Son, en su mayoría, las de la burguesía trotamundos: huir de la realidad cotidiana, ir en busca de aventuras, lograr la realización personal, escoltar al marido. Entre ellas hay una militante anarquista que escapa de la persecución política. Para unas, la Argentina es el punto de partida. Para otras, el lugar de destino. Sus miradas y sus voces son plurales. El viaje las impulsa a recrear el itinerario en la memoria, para escribirlo, para invitarnos a recorrerlo junto a ellas.
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MUJERES, RAZA Y CLASE

Habiéndose gestado el feminismo norteamericano –como movimiento y teoría política– en el seno de las luchas abolicionistas y obreras de finales del siglo xix, ¿cómo es posible que la voz y las reivindicaciones de las mujeres negras hayan sido sistemáticamente invisibilizadas por el feminismo blanco liberal? A partir de esta pregunta, Angela Davis traza una nueva genealogía de los movimientos radicales de liberación norteamericanos en la que desvela las raíces comunes de las luchas antiesclavistas y de los movimientos de defensa de los derechos de las mujeres. A lo largo de sus páginas, se muestra el contexto material y simbólico en el que se fueron plasmando las diversas luchas, la fuerza de la organización colectiva frente a las fuerzas de poder y explotación dominantes. Pero no se trata de un mero ajuste de cuentas con el pasado: también proyecta una mirada al futuro. Una reconstrucción como esta brinda un análisis esclarecedor no sólo para denunciar las situaciones de injusticia, sino para explicitar las estrategias de lucha y los problemas de composición de las diferencias que, hoy día, siguen desgarrando los movimientos políticos.
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MULTIPOLARIDAD Y DESCOLONIZACION

El mundo dominado por Estados Unidos y sus adláteres desde el colapso de la URSS está llegando a su fin. Cada vez más oímos hablar de «multipolaridad» como el término que va a definir el nuevo orden mundial hacia el que nos encaminamos inexorablemente y en el que países como Rusia, China o los BRIC están reclamando su protagonismo. Pero, ¿qué significa realmente? A esta pregunta es a la que pretende dar respuesta el presente libro de Augusto Zamora, uno de los más perspicaces analistas de la geopolítica actual. La compleja situación que estamos atravesando requiere, en sus propias palabras, que conceptos como unipolaridad y multipolaridad sean «acotados, definidos, ahondados y, en suma, explicados, para que lo entienda el personal y, cuanto más personal lo entienda, mejor para todos». Y en este proceso plantea una necesidad obvia: la ONU sólo tendrá sentido si se «descolonializa», esto es, si deja de estar al servicio de los intereses de unos pocos (siempre articulados en torno al «amigo americano») para convertirse en lo que siempre debería haber sido: un foro en el que se escuche a todos los países en posición de igualdad. Y esto requiere un replanteamiento radical de sus funciones e incluso de la propia ubicación de sus sedes. Porque, como afirma Augusto Zamora, «un nuevo concierto mundial para reformular la sociedad internacional sería malo, muy malo, para las prácticas coloniales e imperiales, pero sería bueno –y hasta muy bueno–, para resolver los más graves problemas de la humanidad, como el hambre, el desempleo y el atraso (que son la causa de la emigración), así como enfrentar con mayores recursos problemas mundiales como el cambio climático, la desertización o el creciente problema de la reducción de las reservas de agua».
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