Boris Cyrulnik, eminente psiquiatra y psicólogo, profundo conocedor de la mente, vivió una infancia traumática. Separado de sus padres, que fueron asesinados en campos de concentración, vivió como un fugitivo, escondido en casas de familias de acogida y en orfanatos. Como la mayoría de los supervivientes al volver de los campos, y como la mayoría de personas que han vivido situaciones traumáticas durante su infancia, Boris Cyrulnik se refugió en el silencio después de la guerra.
Sálvate, la vida te espera es un libro sobre el trauma, sobre las heridas y la sanación, sobre la imposibilidad de contar en un mundo en el que nadie quiere escuchar. Sobre la indiferencia que mata y los vínculos que salvan, sobre las ilusiones del recuerdo, sobre ese fenómeno extraño que se llama memoria, que no es la reconstrucción del pasado sino su representación, y que no cuenta la verdad histórica de los hechos sino otra verdad, todavía más real: la de la persona que recuerda. A través del relato de su propia historia, Boris Cyrulnik ayuda a todos aquellos que intentan escapar de un pasado marcado por el dolor.
La situación que hemos vivido ha mostrado los descosidos del sistema educativo y ha puesto de manifiesto lo alejado que este se halla de la realidad. Se ha desvelado la inflexibilidad del currículo: es este el que ha de adaptarse a la realidad, no al revés. Estos meses, al hablar de educación, los verbos que más se han escuchado han sido examinar y evaluar. Es la vida la que nos está poniendo a prueba, y lo que tenemos que evaluar es el sistema. Así que, en lugar de buscar diferentes respuestas a las preguntas de siempre, quizá debamos cambiar las preguntas: ¿qué herramientas necesitan los niños y las niñas? ¿Qué carencias encontramos en la educación que hemos recibido? ¿Servirá lo que hemos vivido para reflexionar o volveremos a la educación prepandemia como si nada hubiera pasado? Tenemos que aprovechar este momento para replantearnos la educación que queremos: si hay algo que está claro, es que todo comienza en la educación.
La presión por destacar en una sociedad donde «el infierno de lo igual» se presenta como una fosa de la que nos exhortan a salir. La necesidad autoimpuesta de las check-list como rituales de obligada ejecución para alcanzar la felicidad. La «ideología de la personalidad» que se manifiesta en forma de bulimia emocional, donde acumulamos y acumulamos experiencias para vomitarlas ipso facto en las redes sociales. La dolorosa brecha, que se agranda por momentos, entre el yo real y el yo virtual. La tensión de exigirle al tiempo libre una realización y productividad plenas, bloqueando así la posibilidad de disfrute…
Todos estos elementos, si no se analizan bajo la lógica del pensamiento crítico, se encargarán de configurar una personalidad abocada a experimentar un desánimo crónico. Y ante esto, pocos fármacos son más eficaces que la filosofía.