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VENEZUELA

De todos los gobiernos de izquierda que pasaron por América Latina en los últimos años, el de Venezuela es el que intentó llevar adelante el cambio más radical... y también el que fracasó más radicalmente. Este libro cuenta el proceso de declive de la Revolución Bolivariana desde diferentes ángulos: una crisis económica inédita en la historia del capitalismo, que redujo el PBI a un cuarto de lo que era y expulsó a siete millones de personas; una catástrofe social que convirtió al país del Socialismo del siglo XXI en uno de los más desiguales de la región, y un giro autoritario que hizo que Venezuela se transformara en un régimen que no es una democracia, pero tampoco una dictadura plena: una criatura política única. Mezcla de ensayo, relato de viaje y crónica periodística, este libro analiza las múltiples crisis de un país que pasó de ser un faro ideológico para la izquierda al "patito feo" de América Latina. Para escribirlo, José Natanson viajó a Venezuela, subió a los cerros más pobres y visitó negocios de lujo, conversó con la gente en la calle, entrevistó a políticos y analistas. Sin prejuicios pero sin miedo a la polémica, responde algunas preguntas cruciales: ¿Quién es el responsable de la crisis? ¿Cuánto influyó el acoso de Estados Unidos? ¿Qué peso de la culpa tiene la oposición? ¿Hasta dónde llegan las violaciones a los derechos humanos? ¿Chávez y Maduro son lo mismo? Y, en definitiva: ¿Qué pasó con Venezuela?
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DE LAS FAKE NEWS AL PODER

La irrupción, poco explicada pero totalmente explicable, de la ultraderecha en el panorama político occidental tiene un poco desconcertado al conjunto de la ciudadanía democrática. No se trata del fascismo ni del nacionalsocialismo de toda la vida, ni siquiera del franquismo. No se trata de nostálgicos –aunque los haya entre sus militantes–, algo que facilita su penetración en colectivos jóvenes necesitados de un líder que coincida con sus frustraciones y les descubra a los «culpables» de sus carencias, además de percibir en sus ideas una innovación política. Su discurso es anti-Estado y, claro está, defiende la privatización de todas las empresas públicas que garantizan de manera equitativa la seguridad del conjunto de la ciudadanía: áreas tan sensibles como sanidad, educación, vivienda o pensiones públicas pasarían a poder de los grandes fondos de inversión internacionales conocidos como fondos buitre. Esta «nueva» ultraderecha se encuentra, pues, en el cruce de un capitalismo rabioso y una deshumanización de las relaciones sociales que permitiría la expansión sin cortapisas de sus teorías. A ese respecto sí que hay un punto de encuentro con el fascismo: la cosificación de quienes son distintos, haciéndoles responsables de los estragos del sistema. El resultado es un ejercicio oficial de crueldad de cara a una sociedad que está aceptando la injusticia como condición ciudadana. Sólo si se conocen sus verdaderas intenciones, se le podrá hacer frente adecuadamente.
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POR UN POPULISMO DE IZQUIERDAS

La hegemonía neoliberal que se impuso hasta la crisis financiera de 2008 es mucho más que políticas de austeridad, financierización de la economía a expensas de la economía productiva, gobierno de expertos y brecha cada vez mayor entre élites privilegiadas que toman las decisiones y una sociedad que sólo se despierta cuando ve afectada su capacidad de consumo. Esa hegemonía trajo consigo la posdemocracia, la indiferencia política, la sospecha de que no hay alternativas posibles a los dictados del establishment. O de que cualquier alternativa anti statu quo está marcada con el estigma del extremismo o el populismo. En este ensayo de decidida intervención, suerte de manifiesto político y revisión de su propia obra, Chantal Mouffe advierte cómo la crisis de la hegemonía neoliberal ha abierto un “momento populista”, que equivale al regreso de la política y a la oportunidad de profundizar la democracia. El aumento de las desigualdades genera múltiples resistencias, demandas, luchas, que el consenso pospolítico, ese que pretende estar más allá de los partidos y la disputa ideológica, es incapaz de escuchar. Esas resistencias son transversales y heterogéneas: los trabajadores, los excluidos, los inmigrantes, las clases medias precarizadas, el movimiento de mujeres, la comunidad LGBT. ¿Qué significa esto para la izquierda? La ocasión de articular esas demandas con discurso y creatividad, y sin menospreciarlas, dando respuestas progresistas incluso a los reclamos (por orden, por seguridad) que sólo parece reconocer la derecha. Por un populismo de izquierda no llama a terminar con las instituciones de la democracia representativa, sino a revitalizarlas desde dentro, para que inclinen la balanza a favor de mayor igualdad. Pero para eso hay que trazar una frontera política entre un populismo de derecha que entiende al “pueblo” de manera restrictiva, dejando afuera a quienes “amenacen” la identidad nacional y las claves del consenso, y un populismo de izquierda que apueste a radicalizar la democracia. Esa frontera no implica alimentar un antagonismo vacío sino reinventar, para los ciudadanos, la posibilidad misma de elegir qué sociedad quieren construir.
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