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ELOGIO DE SOCRATES

Hadot nos muestra que Sócrates, partero de espíritus, permite responder a la pregunta de qué es filosofar, ayuda a su interlocutor a replegarse en sí mismo, a cuestionarse, es decir, a descubrir la conciencia. Sócrates no engendra nada, porque no sabe nada, pero propicia que otro pueda engendrarse a sí mismo. Invierte la relación entre maestro y discípulo mediante un procedimiento existencial que tanto Kierkegaard como Nietzsche han tratado de repetir. Para Kierkegaard, nos cuenta Hadot, el mérito de Sócrates consiste en haber sido un pensador sumido en la existencia, y no un filósofo especulativo que olvida lo que es existir. Es decir, Sócrates nos desvela la filosofía como forma de vida.
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CONOCER LA BIBLIA

La Biblia tiene una riqueza inagotable, y no solo como obra literaria. Es el “libro de cabecera” de los cristianos, porque es la Palabra de Dios, dirigida a los hombres de todo lugar y de todo tiempo. Conocerla es conocer a Dios. Conocerla mejor es conocer mejor a Dios. Vivir sus enseñanzas es acercarnos al Cielo aquí en la tierra. Para presentarla en este libro, el autor acude a cinco palabras clave: revelación, historia, literatura, salvación e Iglesia.
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UNA IDEA DE FELICIDAD

Los momentos fulgurantes pueden anidar en cualquier parte, a cualquier hora y bajo cualquier circunstancia. Cuando se manifiestan, la alegría y el placer emergen de manera imprevista, y la realidad, por muy oscura que sea, resplandece durante un instante. La música, en sus polifacéticas formas, también es capaz de desencadenar episodios memorables y actuar como catalizador de sentimientos profundos. Puede elevar nuestro estado de ánimo, proporcionarnos una vía para expresar y procesar las emociones, hacer que fortalezcamos nuestras relaciones de pertenencia con el mundo que nos rodea y, entre otras muchas cosas, ofrecer experiencias que nos permitan establecer una conexión genuina con nuestro propio ser. Wanda Landowska vive uno de esos momentos fulgurantes interpretando a Scarlatti al clave, en medio de un estruendo de cañonazos antiaéreos. Erik Satie protagoniza otro trabajando en la composición de su nueva obra en un café cerca del cementerio de Montparnasse, mientras alterna cantidades industriales de cerveza con tragos de aguardiente. Albert Einstein, en su casa, cada una de las veces que come lentejas con salchichas o interpreta al violín música de su adorado Mozart. Marian Anderson, poniendo el cuerpo y la voz en cada una de sus actuaciones para transformar lo que Martin Luther King Jr. llama el último bastión del elitismo: la música clásica. Winnareta de Polignac, charlando sobre los Cuartetos de cuerda de Beethoven con Virginia Woolf en el salón que la escritora tiene en Londres, en el distrito de Bloomsbury. Imogen Holst, al darse cuenta de que, a través de la música, los habitantes de un pequeño pueblo del suroeste de Inglaterra dan rienda suelta a la necesidad innata de conectarse y expresarse emocionalmente con los demás. Glenn Gould, haciendo todo lo contrario, aislándose del mundo con su piano y su silla enclenque en una sala repleta de micrófonos. Y es que el pianista aseguraba: «mi idea de felicidad es pasar doscientos cincuenta días al año en un estudio de grabación».
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