Este volumen describe con firmeza la historia de las ideas de los precursores de la Modernidad y su lucha contra sus perseguidores. Esta contienda todavía no ha terminado y nosotros somos sus herederos.
Tras una detallada historia de las ideas del Renacimiento, este libro destila otro libro oculto de intervención política, en el que el lector encontrará un aliado intelectual contra los poderes actuales de la reacción, del servilismo, del dogmatismo y del totalitarismo.
La imagen que nuestra época elabore acerca del Renacimiento es muy importante para definir el futuro que queremos construir. Justo por ello, aquellas corrientes intelectuales y religiosas herederas del escolasticismo están muy interesadas en transmitir e imponer una idea residual del Renacimiento.
Frente a esto, el libro de Herrera define con claridad qué debe la Modernidad al verdadero precursor (el humanista y el filósofo renacentista) y qué debe la Modernidad (si le debe algo positivo) al perseguidor (la escolástica y sus poderes temporales). El perseguidor nunca fue el precursor de la Modernidad en términos de ilustración, libertad, antidogmatismo y cosmopolitismo.
Un anti-manual de autoayuda para cultivar las costumbres virtuosas en la época del narcisismo identitario
¿Te bastas y sobras? ¿Eres por ti y a nadie debes nada? ¿Te han convencido de tu carácter único y de tu falta de ataduras? Según el filósofo Jorge Freire, has de renunciar cuanto antes a tales disparates.
Hazte quien eres constituye una demolición de las consignas sobre las que, erradamente, sociedades como la nuestra construyen un modelo de vida buena. A partir de la máxima de Píndaro «hazte el que eres, como aprendido tienes», Freire nos anima a cultivar provechosamente las circunstancias que nos condicionan.
Afianzándose en la filosofía y sabiduría antiguas, el filósofo reniega de fantasmagorías como la del self-made man. ¿Quién es el único artífice de su ventura? Uno se las tiene que haber con su propia circunstancia, nunca contra ella.
Jorge Freire, el ensayista más perspicaz y afilado de su generación, pone en solfa uno de los mitos de nuestro tiempo, la dichosa «identidad». No importa lo que somos, sino lo que hacemos, pues al hacer cosas nos hacemos a nosotros. Por eso el identitarismo no es más que una variante del narcisismo: Peor que creer que no se tiene ombligo es pasar la vida mirándoselo.
¿Cómo convertirnos en aquello que deseamos parecer? Mediante el ejercicio de las buenas costumbres. Se equivocan, a su juicio, quienes toman la nobleza del hábito por la vileza mecánica de la repetición. La costumbre, cuando es buena, nos empuja a la virtud.
En ocasiones, nos asalta la sospecha de que la vida podría ser algo muy distinto a la vida que vivimos. Que tal vez esta no sea más que una apariencia de vida, que quizá se haya vaciado de su esencia sin que nos hayamos dado cuenta y sea solo su simulacro o su parodia; porque nuestras vidas se estancan, se resignan, quedan sepultadas bajo el cúmulo de los días, se alienan y se cosifican bajo la influencia forzosa del mercado y la tecnificación. Que tal vez estemos dejando pasar, sin siquiera darnos cuenta, la verdadera vida.
Pero ¿qué es la vera vita? De Platón a Rimbaud, de Proust a Adorno, esta pregunta se ha mantenido vigente a través de los tiempos. No es la vida bella, o la buena vida, o la vida dichosa, tal y como la ha ensalzado la tradición occidental. No se encuentra, de ninguna manera, en el mercadeo de la felicidad y el desarrollo personal que tanto negocio hacen hoy en día. La vida auténtica no proyecta ningún contenido ideal, ni cae tampoco en la autocelebración propia del vitalismo. Es, por el contrario, el rechazo obstinado a la vida perdida, el no rotundo a la seudovida. La verdadera vida es tratar de resistir a la no-vida, del mismo modo que pensar es resistir al no-pensamiento.