La ira es tan sólo un instrumento o un arma en manos más calculadoras. Un pueblo en armas es una fuerza, pero no piensa. Como mucho opina. Y la opinión es cosa fácil de construir. La ira no produce cambios, la ira es mercenaria. Sirve a quienes más la excitan. La necesaria rebeldía de Medea contra el orden social establecido –o lo que llamaríamos ahora lo «políticamente correcto»– y contra sus propios impulsos naturales, y la actividad de un principio como el de la diosa Kālī que sustenta, en el orden simbólico, la cíclica construcción y destrucción del universo de las formas son, si las comprendemos bien, dos ejemplos inmejorables del poder femenino que necesitamos activar para adelantarnos a lo que ha de venir y evitar así un desastre mayor. Podemos invertir los papeles, sin duda. Pero ¿de qué sirve reemplazar los ingredientes si el caldo está podrido? Lo que necesitamos ahora no es una simple inversión, sino una auténtica transformación, un cambio de paradigma que abarque todos los ámbitos.
Trefan Morys es el nombre de mi casa en Gales y, a decir verdad, creo que lo más interesante es el hecho de que está en Gales.» Con sencilla elegancia, Jan Morris reflexiona sobre su hogar en Gales, su hermoso entorno y sobre el significado de ser galés. Es un relato íntimo y nítido que recorre la turbulenta historia de los galeses y su batalla para mantener vivos su idioma y su cultura a la sombra de su vecino más poderoso. Entretejiendo algo de poesía y tradición galesa, Morris nos lleva por un camino sinuoso hasta su casa, una humilde estructura del siglo XVIII construida para el ganado y posteriormente convertida en hogar. Este modesto edificio se convierte en un espejo de su vida, así como del alma del pequeño y complejo país de Gales, que ha desafiado al mundo durante siglos para preservar su propia identidad.
¿Por qué construimos castillos en la arena? En este libro fascinante, a medio camino entre la ficción y el ensayo, el crítico de arte y escritor Jean-Yves Jouannais nos invita a indagar en el significado originario de ese inveterado juego de infancia a orillas del agua. Nuestras lúdicas construcciones costeras pertenecen a la estirpe de las fortalezas, pero su precariedad frente a los embates del mar, que las aboca a sucumbir poco después de alzarse, nos revela una dimensión de la guerra y su relato épico que a menudo pasa inadvertida: desde la Ilíada, la catástrofe anida en el interior de esas edificaciones que aspiran a evitar la derrota. Construir barreras de arena frente al mar es ritualizar el destino insoslayable del ser humano, en cuyo cuerpo coexisten el glorioso combatiente y el funesto combatido.