En La emoción, fuente de vida, Francisco Mora, aclamado autor de Neuroeducación, nos invita a reflexionar sobre un asunto de especial relevancia en las sociedades occidentales actuales, en las que las personas cada vez viven más tiempo sin saber, en ocasiones, para qué: el envejecimiento. Un asunto que, por su importancia, guarda implicaciones a nivel personal y cotidiano, profesional e intelectual, científico y filosófico e incluso religioso. La obra, publicada anteriormente con el título Ser viejo no es estar muerto, recalca la importancia que tiene a la hora de afrontar ventajosamente esta etapa de la vida una de las vertientes fundamentales del ser humano: la emoción, esa energía que mueve el mundo vivo, «ese motor que todos llevamos dentro y que nos empuja a seguir vivos».
Este libro lo explica a partir del colapso de la izquierda. Aquella que creyó que la caída del ecosistema soviético en 1991 iba a devenir en una democracia liberal planetaria que, con sus más y sus menos, garantizaría un progreso apacible de la humanidad.
Sin embargo, a lo largo de las tres últimas décadas, los poderes realmente existentes han gangrenado la libertad y la democracia. Han empequeñecido el reparto de la riqueza y, para conseguirlo, ha resultado imprescindible la colaboración de amplios sectores de las élites políticas e intelectuales progresistas, que han transformado sus esperanzas frustradas en un profundo resentimiento contra todo lo que las hubo alimentado.
Para esa izquierda, la clase obrera conforma un populacho superado por la modernidad y la tecnología, incapaz de desprenderse de privilegios arcaicos y cuya nostalgia la asimila a la extrema derecha identitaria y racista. Al mismo tiempo, es la izquierda que defiende un Estado de seguridad que supuestamente protege a la población de las amenazas acechantes pero que, por el contrario, no para de reforzar el miedo, el odio y la persecución de chivos expiatorios. En definitiva, la izquierda que ha arrinconado la lucha de clases y que apuesta por un Estado de seguridad, va a amalgamarse con el racismo distinguido de los hombres poderosos y con el racismo vulgar de las clases subalternas alienadas.
Entonces, ante esta contrarrevolución en marcha, ¿qué hacer? Rancière tiene unas cuantas propuestas.
Censurada y finalmente prohibida por el Instituto Freud de Viena, esta controvertida y brillante conferencia pudo ser pronunciada en el Museo Freud de Londres. Aún parecen escucharse los ecos de la inquebrantable voz de Said.
El autor presenta en este ensayo una aproximación multidisciplinar, nutriéndose de fuentes procedentes de la literatura, la arqueología y la teoría social, para explorar el profundo significado que Moisés y el monoteísmo, según Sigmund Freud, tienen para la política actual en los países de Oriente Medio. El ensayo, que muestra el permanente interés de Said por la obra de Freud y la influencia de la misma en su propio trabajo, plantea que la tesis de Freud al afirmar que Moisés fue un egipcio socava la idea misma de identidad pura y mantiene que la identidad no puede pensarse ni entenderse sin el reconocimiento previo de los límites que son inherentes a ella. Said sugiere que, desde esta perspectiva, ese sentido de identidad aún no resuelto podría, de haber tomado cuerpo en la realidad política, haber formado una buena base para lograr la comprensión mutua de judíos y palestinos. En lugar de eso, la imparable marcha de Israel dirigida al establecimiento de un estado exclusivamente judío niega cualquier percepción de un pasado más complejo que incluye a ambos.