Una antigua tradición gnóstica afirma que, antaño, en el cielo se libró una lucha entre los partidarios del arcángel Miguel y los secuaces del Dragón. Los ángeles que no tomaron partido fueron condenados a vivir en la Tierra. Somos, pues, el fruto de una vacilación olvidada, de una antigua incapacidad para elegir que ahora nos obliga, con desespero, a abrazar cualquier causa o cualquier verdad. ¿Cuál puede ser entonces la esencia de la Historia sino el engaño y la insustancialidad? Para apoyar su visión de la Historia, Emil Cioran analiza en Desgarradura los periodos de decadencia, que vislumbran ya su fin y dejan al descubierto la inanidad de cuanto perseguimos y la inutilidad de todo progreso.
Los lectores de Cioran saben que en sus libros hallarán siempre más preguntas que respuestas, más vacilaciones que certezas. Ese maldito yo no decepciona, pues su autor confiesa que se trata, en esencia, de una sucesión de perplejidades y obsesiones en torno a la maldición que rodea a todo lo que respira, y especialmente al yo: «Si el hombre olvida con tanta facilidad que es un ser maldito, es porque lo es desde siempre». En el ocaso de un mundo que no deja de dar señales de agotamiento, la lectura de Cioran, ese gran maestro del escepticismo, se convierte en un poderoso tónico contra el dogmatismo y la falta de humor que destilan las religiones y las ideologías.
Tito Livio es el único de los grandes historiadores de Roma que se mantuvo alejado de la vida pública. Eso le permitió dedicarse varias décadas a escribir su gran obra Historia de Roma (Ab urbe condita). Este monumental proyecto constaba de ciento cuarenta y dos libros, de los cuales solo se conservan treinta y cinco. La parte que ha llegado hasta nosotros refleja los mejores momentos de la Roma heroica con una prosa de innegable encanto en la que se exaltan las virtudes republicanas y el amor por la libertad.
El segundo volumen de Historia de Roma recoge los libros IV-VII, que abarcan los años 445-342 a. C. Es un periodo de constante evolución que bascula, por un lado, entre las luchas contra otros pueblos (ecuos, volscos, galos, etruscos, samnitas) por abarcar más territorio o recuperarlo, y, por otro, los progresos políticos y sociales que se van afianzando en el seno de la sociedad romana.