Los presidentes en Latinoamérica tienen muchísimo poder… para emboscar a sus rivales, complotar, ocultar y robar. Pero, contra lo que suele creerse, disponen de muy poco margen de maniobra para hacer el bien. ¿Quién ha logrado reducir de forma sustancial los índices de violencia, por ejemplo? ¿Alguien ha conseguido acabar con el crimen organizado, consolidar las instituciones democráticas, fortalecer los contrapesos del sistema político o reducir la pobreza de forma radical y duradera en el tiempo?
Javier Moreno, exdirector del diario El País, conversó con siete expresidentes latinoamericanos y con decenas de altos cargos, quienes dieron pistas sobre los límites y la impotencia de la acción política, sobre cómo se gobierna la región en realidad, cuáles son los verdaderos retos de la gobernanza, así como sobre las fuerzas que desde la oscuridad inciden en la vida de 650 millones de seres humanos.
"Vivo una relación con Édouard Louis y Didier Eribon que ya dura más de diez años. Desde los primeros meses de esta amistad, algo cambió en nuestras vidas, se produjo una quiebra profunda en nuestras existencias: empezamos a viajar juntos, a cenar los tres casi sistemáticamente, a crear, a pensar y a intervenir juntos en el espacio público, a celebrar juntos nuestros cumpleaños y los momentos tradicionalmente asociados a la familia, como la Navidad, a compartir la integridad de nuestra vivencia. Más allá de la amistad, esta relación se ha convertido para nosotros en un modo de vida, un conjunto de emociones y de experiencias compartidas, con sus ritos, sus lugares, sus tiempos, sus conexiones con los demás, con el mundo cultural e incluso con el mundo en general.
Las plataformas que dominan internet acumulan más poder que muchos de nuestros Estados. Hoy, Meta, Alphabet, Amazon, Apple o Microsoft han logrado hacerse con el favor de millones de ciudadanos gracias al uso masivo de sistemas de persuasión que nos vuelven adictos a sus servicios. Han conseguido que nuestras vidas se desarrollen alrededor de las cinco, seis o siete pulgadas de nuestros teléfonos móviles y han generado un control sobre nosotros que las erige como auténticas naciones pantalla. Estas tecnológicas, con sus aplicaciones, nos han mejorado la vida y nos ofrecen entretenimiento infinito, pero también –nos alerta Juan Carlos Blanco– contienen un reverso tenebroso que todos reconocemos: su modelo de negocio causa una pandemia de desatención, alienta la desinformación, destruye el tejido comercial de nuestras comunidades, merma nuestras democracias, precariza sectores como el de la comunicación y se sustenta en la extracción de millones de datos para su uso con fines publicitarios violando nuestra privacidad. Ese mundo de ensueño que anunciaban unos jóvenes emprendedores de California con indumentaria surfera no era tal; por ello, sacar a la luz sus efectos más tóxicos y apelar a nuestra responsabilidad para encarar e incluso revertir la situación se ha convertido en la urgente tarea que aquí abordamos.