Durante la posguerra las presas políticas —condición que nunca se les reconoció oficialmente— fueron algo más que simples cautivas: tuvieron que soportar un asedio humano premeditado que alcanzó una crueldad extrema: el concepto de redención se manifestó con toda su crudeza en los presidios de mujeres. En Irredentas el profesor Ricard Vinyes relata con una profusión de datos hasta ahora inéditos el poco conocido universo de las cárceles femeninas durante la dictadura del general Franco.
Los elocuentes testimonios, en primera persona, de las propias protagonistas, desvelan un colectivo de mujeres que, pese al sufrimiento inflingido por un sistema penitenciario brutal, se esforzaron por conservar lo único que las mantenía vivas: su identidad humana y política.
Estamos hechos de tiempo, habitados por tiempos múltiples y heterogéneos que se cruzan, se interfieren, se entremezclan… La política, según Zenia Yébenes, tiene que dar cuenta de ello. La memoria, entendida como la inscripción y transmisión de distintos ritmos de tiempo de vida y de materia, se constituye como un elemento crucial que modifica nuestra relación con el mundo, transformando así nuestro modo de percibirlo. El hilo conductor de estas páginas es, entonces, la articulación del tiempo y el imaginario como aquello que permanece aún impensado en la relación de lo humano con la vida y la Tierra, bios y geos. Zenia Yébenes propone imaginar otro modo de política que contemple las diferentes formas de tiempo de las que estamos hechos. Tiempos que no sean los de la nostalgia del origen perdido ni los de la memoria traumática ni únicamente los de la memoria como ejercicio deliberado y crítico. Necesitamos otra forma de mirar lo que nos constituye: el día a día, lo ordinario, la inquietante intimidad con el tiempo de los animales, el tiempo de los muertos y también el tiempo de los dioses.
Con las cámaras de los teléfonos convertidas en apéndices humanos generamos muchas más imágenes de las que podemos consumir, imágenes que nos someten y ante las que, a veces, no queda más que sublevarse. Imágenes que nos degluten y a las que de vez en cuando conviene deglutir. Imágenes que, bajo la alfombra inabarcable de las millones de reproducciones, casi siempre nos ocultan los imaginarios de esta era, que empezó con la nueva derecha poniendo a volar la cabeza sin cuerpo de Lenin sobre el cielo de Berlín y se alarga hasta un presente en el que la nueva izquierda ha echado a cabalgar el cuerpo sin cabeza de Franco en el suelo de Barcelona.