En España tres de cada diez personas toman pastillas para dormir o para la depresión; tres, omeprazol; y dos, para el colesterol. Solo en 2022, los médicos españoles expidieron más de mil millones de recetas. En los países ricos el consumo de medicamentos aumenta sin cesar y, sin embargo, no parece que mejore la salud de la ciudadanía. Al contrario: decenas de estudios muestran que más de la mitad de los fármacos son recetados de manera innecesaria y que los medicamentos de uso más común son una de las principales causas de enfermedad, incapacidad y muerte.
Tras varias décadas dedicadas a la investigación y la docencia, el profesor Laporte repasa el origen, la investigación y desarrollo, la regulación, la prescripción y el consumo de medicamentos en la sociedad actual, y analiza los intereses y las prácticas de compañías farmacéuticas, legisladores, reguladores y profesionales sanitarios que han conducido a la situación actual.
Un libro divulgativo que ahonda en nuestra relación con los fármacos y que aboga por acabar con el consumo acrítico que hacemos de ellos.
Desde el rey Salomón a Luis XV, perfumarse ha sido esencial, consustancial al ser humano, bien como símbolo de poder y estatus, bien como medicina o afrodisiaco, más allá de sus connotaciones religiosas. Es complejo datar su origen, pero sí se puede deducir su función principal: el culto. El buen olor siempre ha sido lo opuesto al hedor propio de la muerte y la enfermedad. La combustión del incienso o sahumerio, perfume primitivo por excelencia, embajador de la fe, ubicuo y transcultural, demarcaba el espacio sagrado generando una atmósfera emotiva que invitaba a elevarse más allá de la conciencia para comunicarse con lo divino. Desde el sintoísmo al budismo, del hinduismo al islam, esa inmanencia espiritual siempre fue definida por la fragancia. Esta obra pretende surcar la historia analizando diferentes culturas para desenmarañar sus raíces perfumadas, desde los óleos sagrados egipcios y las hedónicas composiciones árabes e indias hasta las primeras moléculas de síntesis del XIX que impulsaron la democratización del perfume, para eclosionar en el XX, cuando la moda se alió a la fragancia “de autor” para sellar su compromiso imperecedero.
La inteligencia artificial ha nacido cargada de promesas y de amenazas, suscitando a la vez entusiasmos y recelos. Tanto los entusiastas como los temerosos reclaman dotarla de ética para defender y empoderar a los seres humanos y a la naturaleza; algunos incluso aseguran que podremos acabar con las enfermedades, la muerte y crear una especie superior que inaugure un mundo de paz y felicidad.
Ante esta visión tan optimista, ¿hablamos de «ética» o de «ideoogía»? ¿No se está dando por ciencia lo que no lo es para atraer suculentas inversiones, o incluso ganar en la competencia por el poder mundial? Y todo ello mientras en el espacio público triunfa la razón estratégica y se produce el eclipse de la razón comunicativa. Es ésta una pésima noticia si queremos fortalecer la democracia, que está en peligro en el contexto mundial. Y, por supuesto, en España, Europa y América Latina.