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LO LLAMARON PAZ

La historia de cómo las prácticas habituales de violencia de los imperios europeos redefinieron los contornos del mundo. "A la rapiña, el asesinato y el robo los llaman con nombre falso gobernar, y donde crean un desierto, lo llaman paz", Tácito puso estas palabras en boca de quien defendía sus tierras ante las legiones romanas. A partir del siglo XV, los imperios europeos llevaron estas antiguas prácticas a una escala nunca vista, cimentando sus conquistas en saqueos, esclavitud y pillaje generalizados. Autoafirmándose en un derecho al uso de la fuerza unilateral, estos imperios consiguieron acumular a través de los años un poder global. En un relato que abarca desde Asia hasta América, Lauren Benton muestra cómo la violencia ejercida por los imperios definió la naturaleza misma de la guerra y la paz. Los constantes enfrentamientos y las intervenciones armadas instauraron un estado de guerra de facto perpetua en todo el mundo. Estas disputas intermitentes desencadenaron atrocidades, desde masacres repentinas hasta largas campañas de despojo y exterminio.
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ESTUCHE NUNCA ES TARDE PARA SER ESTOICO

De la vida feliz, Manual de vida y Meditaciones reúnen la sabiduría esencial del estoicismo, una filosofía práctica que ha llegado casi inalterable hasta nosotros a través de los siglos. De la vida feliz, de Séneca, es una reflexión lúcida sobre la búsqueda de la verdadera felicidad y la libertad interior frente a los placeres efímeros. Manual de vida, de Epicteto, condensa en breves máximas el arte de vivir con sencillez, fortaleza y autodominio. Meditaciones, de Marco Aurelio, es el diario y el testimonio íntimo de un emperador que se esforzó por gobernar con justicia y vivir con virtud. Este estuche ofrece una guía atemporal para cultivar la serenidad, el sentido del deber y el equilibrio.
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LA MISION. LA CIA EN EL SIGLO XXI

A principios de siglo, la CIA estaba en crisis. Tras el final de la Guerra Fría se había quedado sin una misión clara. Más de treinta bases y centros de operaciones en el extranjero habían cerrado, y los que quedaban habían sufrido graves recortes. En los albores de la era de la información y de la revolución digital sus oficiales y analistas trabajaban con tecnología anticuada, esforzándose por distinguir qué señales eran significativas entre la cacofonía causada por el ruido que invadía el mundo. Entonces llegó el 11 de septiembre de 2001. Tras los atentados, la CIA se transformó en una letal fuerza paramilitar responsable de prisiones secretas, durísimos interrogatorios y mortíferos ataques con aviones no tripulados, todo muy lejos de sus misiones tradicionales de espionaje y contraespionaje. Las consecuencias fueron terribles: la muerte de decenas de agentes, el robo de archivos por espías chinos, la infiltración de la inteligencia rusa y de hackers estadounidenses en sus redes informáticas y las tragedias de Afganistán e Irak. Ahora, una nueva generación de espías debe afrontar objetivos aún más difíciles ―Moscú, Pekín, Teherán― al tiempo que se defiende de un presidente decidido a atacar y acusar de forma persistente a la Agencia: Donald Trump.
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